Retorno y Olvido

Autor: Miguel Francisco Galván Cabello
Seudónimo: Camilita Paz
Año: 2018 – Segundo Lugar

Llueve y entiendes que el corazón te fallará. Te llega esa idea pues así ha muerto mucha gente en tu familia y desde hace unos días te duele el pecho. Observas las gotas de lluvia que cambian su dirección cuando pegan en la ventana. La nostalgia y la noche se mezclan con el olor a productos de limpieza, esos que dejan el piso pegajoso. Quieres volver a conducir, pero tu corazón ya no te lo permite. Ahora tus viajes son pocos. Sólo ocho horas al semestre para visitar a la familia, y para peor: como pasajero. No es lo mismo que conducir, pero al menos puedes imaginar que aún eres chofer. Imaginas que tu única obligación es manejar mientras escuchas canciones de los Tigres del Norte o de Antonio Aguilar.  A tus años, esa y ninguna otra cosa, sería la libertad.  La carretera como refugio para tomar té y mirar las ramas de cerezos, que estás convencido; Son la suavidad de algún Dios. El problema de la noche es que tienes otra obligación: Seguir vivo. Unas horas atrás al abordar, sentiste un vuelco en el pecho. Los latidos de tu corazón se convirtieron en espasmos ahogados, unos golpes incompletos que no alcanzaban a atinar. Te detuviste y un joven te ofreció ayuda. Lo rechazaste para seguir creyendo que puedes subir a un bus por ti mismo. Al llegar a tu asiento estabas respirando por la boca. Tal vez ese era el momento para pedir ayuda, no ahora que identificas una leve molestia en tu brazo izquierdo. Te acomodas en el asiento pues sospechas que el dolor se debe a una mala postura.  Jalas la palanca y te tiras hacia atrás. El dolor sigue. Una punción que empieza en tu brazo crece hasta llegar al hombro y luego al pecho, y luego al lado izquierdo del centro del pecho, que ahora sientes oprimido. El auxiliar del bus camina por el pasillo contando los asientos. Podría ser buena idea decirle que te sientes mal, pero se ve apurado. Lo dejas pasar. Estoy exagerando, piensas para calmarte.  Comienzas a calcular la posibilidad de sobrevivir un infarto, de madrugada, en medio de la carretera. También te cuestionas sobre la sensación de morir, la vida después de la muerte, la fidelidad de tu perro, la elegancia de los gatos y otros secretos del mundo, porque después de todo, ¿Qué son una carretera y un bus sino un lugar para pensar? 

Decides quedarte callado, te parece que lo mejor es evitar un escándalo. Tú corazón empeora. Comienza a tirar latigazos como calambres, cada vez más rápidos, cada vez más largos. Tus dedos sudan. Notas el movimiento del bus y percibes como el viento lo mece en formas delicadas. Sigue lloviendo. Tu cuerpo está tenso, los músculos del cuello rígidos como un cadáver. Sientes que tu corazón comienza a segregar una sustancia viscosa e hirviente, no la sangre que bombea a diario, sino una viscosidad que va cubriendo la superficie del órgano. Una gran cantidad de hormigas brota desde ese líquido que ahora ocupa por completo tu corazón. El hormigueo se extiende en todas direcciones hasta llegar a tus dedos y a tu nuca, hacia dónde llevas tu mano derecha. El más leve contacto de tus dedos provoca en tu cráneo una sensación de dolor electrizante acompañada de escalofríos. La emergencia total te posee. Es tu última oportunidad para pedir auxilio. Me voy a morir, murmuras.

– ¿Qué cosa, Retorno? ¿Qué pasa?

-No. Nada. Estoy bien- contestas sin girar el cuello

– Duérmete un rato, amor

– Sí.

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Todavía no entiendo bien lo que pasó. Yo me había dormido. El Retorno está muy acostumbrado a ir despierto. Se escuchó un ruido muy fuerte, como de fierros arrastrándose. Era un sonido diferente a los truenos de la tormenta. Eso fue lo que me despertó. El bus bajó la velocidad y se notó al tiro que se dirigía a la orilla de la carretera. Nos detuvimos en medio de la nada. El Retorno no se movía. En realidad, nadie se movía. Hacía mucho frío. Las únicas luces que se veían eran de los celulares que algunos pasajeros sacaron.  Un gruñido vino desde adelante. Creo que era el motor que no encendía. Se oyeron cuatro o cinco intentos, después nada. Entonces se encendieron las luces y se escucharon los pasos del auxiliar.

-El búh no anda máh, el chofer ya avisó a Temuco y otra máquina nos vendrá a recoger. –

Miré al Retorno y se veía diferente. Los dedos de las manos los tenía tan azules, que se veían negros. Lo toqué, estaba helado. Le puse mi chal sobre las manos y le pregunté si estaba bien. Respondió moviendo su cabeza hacia abajo.  Varios pasajeros salieron del bus. Yo iba del lado del pasillo, me paré y fui al baño que estaba al fondo. De camino escuché que estábamos cerca de Traiguén o de Victoria. Entré y me lavé la cara. Me dieron muchas náuseas y vomité. Un líquido amarillo salió de mi boca y cayó por el lavamanos hasta irse por el desagüe. El vómito estaba caliente y dejó unas manchitas coloradas. Eran tamaño hormiga, hasta parecía que caminaban. Abrí la llave y el agua se las llevó. Regresé a mi asiento, el Retorno ya no estaba ahí. Salí a buscarlo y desde la puerta del bus, en la oscuridad, vi gente fumando en un paradero. No me quería mojar, pero estaba preocupada. Caminé entre algunos charcos y vi al Retorno discutir con el auxiliar del bus.  Reclamaba como si estuviéramos apurados por llegar a Temuco. El auxiliar decía que nadie se explicaba la falla, que el bus estaba bueno. Tomé al Retorno del brazo y lo apreté para que dejara de pelear. El joven se disculpó por las molestias y caminó bajo la lluvia a la orilla de la carretera. 

-Puras mentiras de estos cabros – me dijo el Retorno con voz agitada.

– ¿Qué dicen?

– Nadie viene de Temuco. Van a parar todos los buses que pasen y nos meterán en los asientos vacíos. Los viejos partiremos primero-

De lejos vi al auxiliar aleteando los brazos en el aire. Hacía señas a un bus que se acercaba. Era una micro con luces lagañosas y amarillas que se movía como serpiente. No sé si era por la oscuridad o por mis ojos que ya no funcionan igual que antes, pero podría jurar que flotaba sobre la carretera. Se acercó a la orilla y estacionó detrás de nuestro bus en pana. El auxiliar regresó donde nosotros y dijo que era una micro intercomunal. Iba a Temuco y tenía espacio para dos pasajeros.

– ¿Cómo lo ve mi chiquilla? – me preguntó el Retorno

– En ese nos vamos, po – le dije

Yo quería puro irme. No por la lluvia ni el frío, por la enfermedad del Retorno.

El auxiliar cargó nuestro equipaje. Retorno y yo caminamos tomados del brazo bajo la lluvia. No estaba segura si era por el agua cayendo sobre nosotros, pero me sentí pesadísima. Después me di cuenta de que yo sostenía todo el peso del Retorno. Me soltó. Seguí por mi cuenta. Llovía mucho: De arriba para abajo, pero también al revés. El agua salpicaba y se filtró por los rincones de mis suelas. Con la planta de los pies aplasté mis calcetines húmedos. Sentí eso que se siente al exprimir lana mojada, esa sensación que se puede escuchar, pero no con los oídos. Sentí el frío y la humedad. Sentí también mis dedos mojados. Lo que ya no sentí fueron los pasos del Retorno que venía detrás de mí. Di vuelta y lo encontré de rodillas. La mano derecha la apoyaba en el pavimento, con la izquierda se tocaba el pecho, como queriendo sacarse el corazón.

– Voy a tomar un descansito acá, Olvido mío. 

✷✷✷✷✷

La sangre de una mosca, y la mosca, seguían estampadas (a pesar de la lluvia) en el vidrio delantero de la micro intercomunal. Cuando el chofer bajó, encontró a Retorno hincado a la orilla de la carretera y a su esposa, María del Olvido, tratando de levantarlo.  

Qué bueno que los encuentro. Los estaba esperando-

– Por favor, llévenos a un hospital. Mi esposo está muy enfermo-

Vengan conmigo, se nos hace tarde. – 

El chofer extendió su mano.  Retorno la tomó y apoyado en Olvido, logró levantarse. La piel del chofer estaba caliente. Los tres abordaron la intercomunal 869.  Desde la puerta, Olvido notó que la micro tenía un aire a viejo, pero en muy buenas condiciones. Fueron los dos asientos de la primera fila, los que Olvido y Retorno ocuparon. Era una micro común, un poco más grande y bien calefaccionada, pero sobre todo: limpia. Algunos dirían: Sospechosamente limpia. Las paredes de metal y las sillas forradas con cuero azul hacían ver el espacio muy amplio. Unas vistas imitación madera decoraban el techo. La luz blanca que dominaba el ambiente, podía encajar en un hospital o un manicomio. Esa luz les permitió ver que la micro iba vacía. El chofer encendió el motor. Antes de avanzar, el auxiliar del bus en pana salió de la oscuridad y se paró frente a la micro -Hubo un error, no se los lleve- El chofer lo ignoró, giró el volante a la izquierda y aceleró. ¿Qué iban a reclamar Retorno y Olvido? Eran ellos los apurados.  Las luces del bus, reflejadas en el retrovisor, disminuyeron y poco después ya no estaban. Fue cosa de minutos, aunque el tiempo de la carretera es muy relativo, para que Retorno quitara la mano de su pecho. El color le regresó a los dedos y la curva que se había hecho en su espalda comenzó a enderezar. 

– ¿A qué comunas va esta micro, caballero? Mi esposo necesita un doctor-

– Me llamo Pedro Elegante y veo a su esposo muy sano, Doña Olvido- dijo el chofer mirando a la pareja por el retrovisor.

Olvido y Retorno se miraron

-Estoy bien. De hecho, me siento fuerte-

-Eso les pasa a todos los que suben a esta micro- dijo Pedro Elegante con los ojos en la carretera.

– No contestó mi pregunta-

-A todas las comunas del país, señora. Así es el servicio de la empresa-

– Pero si va a todas las comunas, ¿cómo sabe su destino? – preguntó Olvido

– El destino es algo muy misterioso y no es algo que me importe. Lo que sí es que yo voy donde se me ocurra. –

– ¿Cómo donde se le ocurra?  Eso no puede ser, hay un itinerario, tiene que marcar tarjeta, cumplir con la hora de salida y llegada de las corridas.

– No, Don Retorno. Eso ya no funciona así. Por lo menos acá no. Hoy día la empresa tiene otras estrategias. –

– Y ¿cuáles son esas estrategias? – preguntó Olvido

– Verá usted, señora. Un nombre me aparece en la cabeza. Así tal cual. Como una idea fija que a uno le aparece en la mañana. Después ese nombre no me suelta, como cuando traes una canción todo el día.  El nombre me viene a la cabeza y la carretera me va guiando. Así llegué con ustedes.

– ¿Qué nombre le apareció en la cabeza? – preguntó Retorno

-Retorno y Olvido. Y no solo eso. También me informaron de la empresa que ustedes serían mi reemplazo. Por lo de mi jubilación-

-A mí me encantaría-

-Pero, Retorno. Tú estás enfermo-

-Vamos, amor. Sígueme el juego. Me siento bien, hasta te veo más joven-

– ¿Cierto? Ahora ando con mucha energía – dijo Olvido sacándose los lentes.

 –La única condición para reemplazarme es no llegar a Temuco, ni a ningún terminal. En realidad, la condición es nunca bajarse de la micro. Sí deciden quedarse y después alguno de ustedes baja… Bueno, pues en pocas palabras: Vuelven las hormigas, el corazón, el pecho, el vómito, y su historia, que viene a menos y casi todos han olvidado. Ustedes deciden: Llegar a Temuco o aceptar la carretera, que como ustedes saben no tiene fin-

Retorno no supo qué responder y levantó las cejas. Esperó en Pedro Elegante una reacción, algo que rompiera el silencio. El chofer lo miró, y luego a Olvido y de nuevo a Retorno. Después rio harto y calló.

Yo me quedo acá, aquí perdí el poncho hace un tiempo y ya es hora de recuperarlo- dijoel chofer y estacionó la micro.

– ¡Por la chucha, no nos puede dejar aquí así nomá! –

-Si tiene alguna queja, Doña Olvido; Puede hacerla directo con la empresa. Recuerden: Si aceptan la oferta deben seguir por la carretera y evitar la ciudad. Si la rechazan, estacionen la micro en el terminal rural. Ahí la empresa se hará cargo-

El chofer se despidió haciendo una reverencia y bajó por los escalones.

-Una duda, Don Pedro.

-Dígame.

– ¿Puedo encender la radio?

– Puede hacerlo y al volumen que desee. Le aseguro, Don Retorno: esta micro es un cementerio.

Retorno ocupó la silla del chofer y manejó la micro. La carretera lo fue guiando hasta topar con dos letreros. El primero decía su nombre y lo invitaba a nunca regresar a la ciudad. El segundo decía Temuco. Retorno llevó la micro al centro de la carretera y, en medio de los dos carriles, pisó el acelerador con todas sus fuerzas. Olvido se levantó de su asiento, caminó junto a él y lo besó en la mejilla.

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Llueve y sabes a dónde ir. Volteas a tu derecha y ella te mira sentada en la primera fila, con sus manos pálidas puestas una sobre otra. Su piel casi transparente deja ver sus venas que se dibujan en sus antebrazos. Sus venas como ramas de cerezos. Escuchas una canción y sientes que esta vez, los Tigres del Norte cantan para ti. Manejas con las dos manos en el volante, como alguien que ha hecho creíble su propio sueño, y estás seguro que no vas llegar a ningún terminal de ninguna comuna, de ninguna ciudad. Ahora con Olvido pueden resistir todo, incluso el paso del tiempo.