EL TESTAMENTO

Autor: Magaly Susana Reyes Iribarren
Seudónimo: Antonia Paz
Año: 2018 – Primer Lugar

Me tocó el semáforo en rojo, entonces vi pasar un carro fúnebre completamente solo, no estaba fuera de servicio, llevaba una urna sin flores, una mezcla de curiosidad con lástima me hizo seguirlo. De pronto el carro se detuvo y de él bajó un hombre de traje, se acercó a mi auto y preguntó si podía ir conmigo. Reanudamos el trayecto, me preguntó quién era, le contesté: un conocido.

Estirando su mano en forma de saludo se presentó: soy Pablo, el abogado del difunto.

Soy Jorge respondí. Le pregunté por qué nadie acompañaba al difunto o si acaso lo estarían esperando en el cementerio para el sepelio.

Rió y dijo, no tiene a nadie, o mejor dicho, no quedó nadie.

Veníamos de Cauquenes y el carro iba a velocidad de funeral, así que Pablo se animó a contarme la historia de su cliente.

Johann Fischer, era dueño de siete viñas, con los vinos más famosos del mundo, un hombre millonario que había formado familia, su mujer era judía y murió al dar a luz al cuarto hijo. Todos vivían de magníficamente a sus expensas, ninguno trabajaba, ni sus nueras.

En su vida tuvo varias enfermedades que fueron disminuyendo sus fuerzas, jamás alguien se presentó a visitarlo, ni una llamada, era como si no existiera, excepto para firmar los cheques de los gastos de sus hijos y familias. A pesar de estar más decaído, aun así, dirigía sus empresas.

Al cumplir 85 años le diagnosticaron cáncer y le dieron 6 meses de vida.  Me llamó y redactamos su testamento, una vez finalizado, tuve que ubicar a los hijos para dar lectura en vida de sus deseos.

Todos aparecieron a la voz de herencia, Don Johann estaba sentado en su oficina en una silla de ruedas y me hizo una señal para que comenzara a leer el testamento.

Según el deseo de Johann Fischer, aquí presente, doy fe que lo escrito en su testamento fue bajo todas sus plenas facultades mentales, además, esta sesión está siendo grabada.

Varios de los presentes se miraban y sonreían, sólo les faltaba frotarse las manos.

Mis bienes se elevan a la suma de dos mil millones de pesos, sin contar la continua productividad de exportación que se eleva a 500 millones de pesos mensuales brutos que dan los viñedos.

No dejaré en mano de mis hijos ni un solo centavo, quienes jamás estuvieron a mi lado en los momentos más críticos de mi vida.

Hubo gestos de molestia.

El tercero de los hijos, llamado Benjamín preguntó: ¿entonces, para que estamos aquí perdiendo nuestro tiempo?

Johann respondió: Hay una clausura en el testamento para ser merecedor de mis bienes.

Nuevamente murmullos.

Como bien saben, muy joven hui de la segunda guerra mundial y éste país me abrió sus puertas, dándome la oportunidad de ser quien soy, de tener lo que hoy con mucho trabajo comenzamos con su madre, sin la ayuda de nadie.

Mi deseo es que viajen a Polonia, específicamente a Auschwitz, donde sus abuelos murieron calcinados en los hornos por los nazis. Quiero que experimenten el dolor de la incertidumbre, del abandono.

Interrumpí al abogado:–para qué hacer algo así, si está claro que a ellos su padre no les importaba, tan solo su plata.

Déjame continuar respondió:

Todos debían viajar y visitar los hornos donde murieron los padres de Johann. Yo me adelanté una semana y esperaría a la familia en Auschwitz.

La familia eligió los mejores hoteles, los tres primeros días se dedicaron a turistear, a comprar a manos llenas.

Finalmente logré reunirlos y llevarlos a los campos de concentración.

El mayor de los hijos, Walter, dijo, en fin, ya estamos aquí, hagamos lo que quiere ese viejo loco con tal de recibir la herencia, todos estuvieron de acuerdo.

Volví a interrumpir a Pablo:

No puedo creer en tanta frialdad, si él hubiese sido mi padre, estaría trabajando con él codo a codo.

Déjeme continuar, por favor.

Era viernes, me comporté como un guía turístico, les iba mostrando cuales habían sido los lugares de tortura.

Una de las nueras dijo:– que latero todo esto, es tiempo pasado, ¿por qué tenemos que recordar algo que nosotros ni siquiera vivimos? El cuarto hermano llamado Peter, agregó: con tal de recibir la herencia, hasta correría desnudo por las calles de Polonia si él me lo pidiera, total el viejo está loco y acabado, pronto todos seremos ricos.

Por tercera vez interrumpí al abogado, sollozando le dije:– ¿tan cruel y vil vuelve la plata a las personas? Me duele el alma escuchar su testimonio, yo soy un hombre común que trabaja y adora a sus padres.

Cálmese y déjeme terminar.

A esas alturas de la conversación ya íbamos por Tomé.

Continuó hablando.

Una vez recorrido el campo de concentración, solo quedaba visitar los hornos, todos entraron riendo y conversando, yo me quedé afuera.

Ahora entenderá por qué me fui una semana antes, preparé los hornos como en aquella mortífera época, una vez que estaban todos dentro, cerré la puerta con la ayuda de hombres bien pagados.

Al ver que no podían salir, comenzaron a gritar: Déjenos salir, ya está bueno de bromas.

Y por el agujero superior del techo les dije:– no es ninguna broma. Encendimos los hornos con todos dentro. Quedaron reducidos a cenizas y puestos en ánforas, que son las que acompañan la urna de su padre dentro del carro fúnebre.

Quedé helado, mudo, incrédulamente pregunté ¿es cierto?

Sí me respondió Pablo, él no se iba a ir solo, ahora está en familia.

Llegamos al cementerio general de Concepción, solo estaban los sepultureros para abrir el mausoleo, sacaron la urna y las 13 ánforas.

Triste y molesto dije: Dios me perdone, pero se lo merecían y lloré.

El abogado dijo:– aún debo terminar de leer el testamento.

Sorprendido lo miré y le dije:– Pero si no hay herederos, de que testamento estamos hablando.

Y Pablo sonriente continuó leyendo:

Mis hijos no merecen mi herencia, solo quien se apiade de mi obtendrá mis empresas.

Con ojos llorosos le dije: Pero si no hay nadie.

Si hay contestó Pablo: Usted.

Yo seguiré recibiendo mi sueldo emérito y usted es el único heredero de toda su fortuna, demostró piedad ante un desconocido. Esos eran los últimos términos de Don Johann Fischer.

Y así, viajando desde Cauquenes al Cementerio General de Concepción, me volví empresario y millonario por herencia, junto a mis hijos y a mi esposa.