NATALES BOXING CLUB                       

Autor: Nicolás Santiago Caradeux Montenegro
Seudónimo: Argonauta 21
Año: 2016 – Mención Honrosa

Pelo cortado tipo cepillo, cejas tupidas, ojos casi siempre entrecerrados, facciones toscas con una nariz gruesa y achatada, cuello corto, anchos hombros sosteniendo respetables bíceps, dos puños que parecían mazos y un metro setenta de estatura es la descripción bastante aproximada de Carlos Lara, embarcado como mozo comodín en el vapor “Alondra” que, en esos años, unía los puertos del litoral chileno. Esta apariencia física, un tanto amenazadora, contrastaba con un carácter bonachón y una actitud un tanto bobalicona frente a la vida que, algunas veces, le jugaba malas pasadas. Sus compañeros tripulantes solían decir que a Larita, como se le conocía abordo, le faltaba una chaucha para el peso y, más de una vez, sacaron provecho de su bonhomía. En su vida anterior a embarcarse se había desempeñado en una variedad de actividades y oficios, incluyendo un breve paso como asistente del administrador de un club de boxeo, en Santiago, donde se le impartieron algunas lecciones de ese deporte, pero con poco éxito. Luego, emigró a Valparaíso donde fue copero de diversos bares; en uno de ellos conoció a un dirigente de un sindicato de tripulantes de naves mercantes que lo ayudó a  obtener un permiso de la autoridad marítima  para embarcarse.

Puerto Natales en esos años era un pueblo pequeño, con unas pocas calles que iban desde el muelle hasta un poco más allá de la plaza, cruzadas por algunas transversales generalmente sin pavimentar, se encontraba aislado, separado de Punta Arenas por  más de 250 kilómetros de angosto y sinuoso camino de tierra, difícil de transitar especialmente en invierno. Era mucho más fácil para los natalinos viajar a Río Turbio, en Argentina, que a cualquier otro lugar de Chile. Su economía dependía casi exclusivamente de las faenas que se desarrollaban en las grandes estancias de la zona y  de las minas de carbón cercanas a la localidad argentina ya nombrada. Las naves que atendían el tráfico marítimo embarcaban allí, una vez terminadas las nieves , las inclemencias del  invierno y los consiguiente trabajos de esquila y faenamiento de parte de la abundante masa ovina, grandes cantidades de fardos de lana para las fábricas de paños del país y del extranjero, así como muchas toneladas de corderos congelados. En cambio, se desembarcaban en su precario muelle todo tipo de víveres y otras mercancías pero, especialmente, vinos y licores. Puerto Natales tenía la mala fama de ser el pueblo con más alto consumo de bebidas alcohólicas de todo el país. Además, si faltaban alcoholes nacionales, había abundante provisión de la fuerte grapa argentina. De este modo, el clima,  el aislamiento y la abundancia de bebidas espirituosas garantizaban una especie de continua jarana de la que era difícil sustraerse.

El vapor Alondra había prolongado su estadía en Puerto Natales por la lluvia primaveral, que impedía el embarque de los fardos de lana y, luego, por una reparación de emergencia a uno de sus generadores, lo que atrasó su zarpe en un par de días más una vez terminadas las faenas de embarque.

El sobrecargo  Gatica había ido a tierra a enviar un telegrama de felicitación a un pariente que ese día estaba de cumpleaños. Pequeño de cuerpo, con una incipiente calvicie, de movimientos vivaces y de cara zorruna, caminaba tranquilamente por la calle principal cuando, en una esquina advirtió   un letrero que, con grandes caracteres,  decía “Natales Boxing Club.

“Esta noche 8 grandes peleas y premio especial en efectivo a quien suba al ring a desafiar a nuestro campeón Dinamita Levitureo. Hoy a las 21,00 horas, Hoy”. Movido por la curiosidad y teniendo ya en su mente un plan maldadoso, Gatica se acercó al recinto del club que no era más que una bodega revestida en zinc, con unas precarias instalaciones para una oficina y cuatro camarines.- Allí se impuso de los detalles del programa y, en especial de las condiciones del desafío, especialmente del monto del premio que, según le representaron,  bien alcanzaba para una buena y regada comida. Con su labia habitual conversó con el empresario del espectáculo boxeril  a quien le explicó que en la tripulación del buque atracado al muelle se encontraba un muy buen púgil, de bastante renombre en el norte del país lo que, aparentemente,  logró despertar el entusiasmo de este el que también, viejo  ladino, maliciosamente le dejó entrever a Gatica  que el tal Dinamita Levitureo no era tan de temer ya que era de baja estatura. Así, engañándose mutuamente, acordaron las condiciones para el encuentro boxeril para esa noche.

Una vez de regreso a bordo, Gatica contó a algunos de sus compañeros lo que había hecho en tierra y los comprometió a que lo ayudaran a convencer a Larita, dada su corpulencia, para  que, esa noche,  enfrentara  a Dinamita Levitureo. Por el carácter de Larita no fue necesario mucho esfuerzo de parte de Gatica y sus secuaces para lograr que aceptara participar, más aún porque le ofrecieron la mitad del dinero del premio y le dijeron que la cabeza de Dinamita Levitureo, con suerte, le llegaba a la altura del hombro. El interés de contar con unos pesos extra pudo más que la cautela y Larita, entusiasmado, empezó a reunir el equipo necesario para presentarse, con alguna dignidad, en el ring. El contramaestre aportó unas zapatillas que, evidentemente, eran más grandes que los pies de Larita pero pudo más la buena voluntad y un relleno de papel de diario, colocado en las puntas, solucionó el problema. El segundo piloto, también de gruesa figura,  aportó unos pantalones de baño que suplieron la falta de equipo boxístico y así, en poco más de una hora, Larita contaba con los elementos necesarios para su debut profesional.

Cerca de las 20 horas se reunió el grupo compuesto de unas nueve personas que caminaron hacia el local del Natales Boxing Club, distante unas cuatro cuadras de la salida del muelle. Pero la abundancia de bares existentes en el camino invitó a hacer varias paradillas en algunos de ellos, oportunidades en las que se brindó por el seguro triunfo de Larita quien también se dio ánimos con algunas copas, para calentar el cuerpo, según él.  Un poco antes de llegar al gimnasio, advirtieron que las luces brillaban en la casa de la “Tía Meche” así es que, un tanto apurados, pasaron a invitar a las “chiquillas” las que se negaron a acompañarlos pero les dijeron que los esperaban cuando terminaran las peleas.

Un poco achispados y con bastante bullicio ingresaron al local ya casi repleto de espectadores, cuando se efectuaba la segunda pelea de la noche. Fueron a dejar a Larita a los camarines y se dirigieron a un espacio que les había sido reservado. El resto de los combates, en medio del griterío,  de las pullas y de algunas pifias a los boxeadores, fue un sucesivo espectáculo de aletazos perdidos en el aire y un continuo correteo alrededor de las cuerdas del ring.

Por fin llegó el momento del combate principal en el que Larita iba a  enfrentar a Dinamita Levitureo. Ambos púgiles subieron al ring en medio de aplausos, pifias y griterío de los asistentes al espectáculo. El anunciador, a través de unos parlantes que no cesaron de chicharrear, hizo una grandilocuente presentación exagerando los supuestos méritos de ambos contendientes. Luego, el árbitro los llamó al centro del ring donde los hizo saludarse para luego darles la consabida retahíla de advertencias en cuanto a que esperaba un combate caballeroso en el que estaba prohibido golpear bajo el cinturón y en la nuca del adversario. Además, les hizo presente que el exceso de clinchs sería sancionado por el jurado  con puntos menos. Luego se  apartó de ellos, hizo un gesto con la mano y sonó la campana.

Mientras escuchaba las instrucciones del árbitro, Larita, con sus ojos entre cerrados y una sonrisa un tanto bobalicona estudiaba a  su contrincante. Efectivamente, como le habían dicho, Dinamita Levitureo era más bajo que él. Claro que eso  de que no le llegaba al hombro era una exageración pero su mayor estatura era, sin duda, una ventaja a su favor. Tampoco se veía muy musculoso y su contextura física era más bien delgada. Larita pensó que con lo que había aprendido en el club de boxeo en Santiago, tenía elementos como para darse confianza. Se dijo para sí mismo que, de  entrada, un buen jab de izquierda seguido  de un fuerte uppercut de derecha le podrían dar el  triunfo en forma rápida y así disfrutar de la mitad del premio que le había prometido el Sr. Gatica que lo acompañaba en el ring en calidad de second. Este último lo convenció de que debía salir a pelear de inmediato, con fiereza.

Sonó la campana y Larita avanzó decididamente hacia su adversario. Inmediatamente,  el deslumbrante destello de un relámpago, seguido de la más negra de las oscuridades, cerró sus ojos mientras se derrumbaba,  con gran estrépito, sobre la lona del ring, completamente nocaut.

El escándalo que siguió a este inesperado final fue de marca mayor. El público, indignado por lo que consideraba una farsa, las emprendió arrojando las sillas al ring y luego  quiso agredir al empresario y sus invitados que ya tenían un arduo trabajo tratando de sacar del ring a Larita que seguía completamente inconsciente. Como pudieron se refugiaron en la oficina donde esperaron la llegada de carabineros que, alertados por los vecinos del desorden existente, concurrieron prontamente y luego de repartir unos cuantos lumazos lograron despejar el gimnasio. Mientras el equipo del vapor Alondra lidiaba con el peso muerto de Larita tratando de llevarlo al  refugio seguro que ofrecía la casa de la “Tía Meche”, el empresario juntó el dinero de la recaudación y desapareció de la escena.

Una vez serenados los ánimos y con Larita durmiendo profundamente con la cabeza apoyada en la cubierta de una de las mesas, las “chiquillas” se dedicaron a atenderlos para hacerles olvidar el mal momento vivido. Se encontraban en lo mejor disfrutando de una abundante ponchera cuando, súbitamente, Larita se despertó y empezó a dar golpes al aire,  con tal violencia, que perdió el equilibrio cayendo nuevamente a tierra pero esta vez arrastrando a su vecino de mesa en un enredo de sillas y piernas. Recuperada la conciencia de Larita se pudo constatar que le faltaba una de las zapatillas prestadas por el contramaestre, la que fue imposible encontrar en  la casa de la “Tía Meche” donde también, rápidamente, se acabó el cariño una vez que se comprobó que se había acabado la plata de los invitados.

Ya en la calle y con Larita todavía en traje de combate y además rengueando por la falta de una de las zapatillas, se dirigieron al gimnasio para rescatar las prendas de este, que habían quedado rezagadas ante la urgencia del escape. Por supuesto, a esa hora de la noche, encontraron el gimnasio cerrado y no tuvieron más remedio que volver a bordo apuntalando a Larita que, indignado, se quejaba por el frío existente y, especialmente, por haber perdido el premio ofrecido.

Como Larita se había embarcado sólo por un viaje,  había llevado  poca ropa a bordo,  así es que la que estaba atrapada en el gimnasio le era vital para presentarse a su trabajo. Por tanto,  de común acuerdo, el fracasado boxeador amaneció con  parte de enfermo. A todo esto las reparaciones abordo habían terminado de modo que el capitán fijó el zarpe para el mediodía.  Gatica quedó encargado de rescatar las prendas de Larita para lo cual bajó a tierra para dirigirse al gimnasio a cumplir su cometido. Allí se encontró con la totalidad de los boxeadores de la noche anterior que reclamaban  airadamente porque el empresario no les había pagado ni un centavo. También el encargado del gimnasio alegaba que no había podido cobrar el arriendo del local y que tampoco lo haría en el futuro ya que había sido informado que el empresario se había dirigido a la cercana Argentina.

Ver llegar a Gatica y responsabilizarlo, amenazadoramente, de todo lo ocurrido fue una sola cosa. Al ver el panorama tan oscuro, Gatica abandonó presurosamente el lugar para dirigirse a la cercana comisaría donde,  después de contar toda la historia y soportar las risas y burlas de los carabineros,   logró que una pareja de ellos lo acompañaran al gimnasio lugar en que ¡por fin! pudo rescatar las prendas de Larita, excepto la zapatilla. Luego, rápidamente, se dirigió abordo adonde llegó con  el tiempo justo pero sin que su  atraso pasara inadvertido para el capitán quien, una vez que el buque hubo zarpado lo citó a su oficina para que diera explicaciones. Esta vez, de correcto uniforme, contó a su superior detalladamente lo ocurrido. Rápidamente el capitán lo despachó para reírse a solas de la aventura relatada.

Al terminar el viaje, Larita se desembarcó y nunca más se supo de él. Alguien  dijo  que lo vio, años  después, trabajando de mozo en un restaurant de Calama,… lejos, muy lejos del mar.