LA ZAPATILLITA PERDIDA

Autor: José Antonio Da Fonseca Figueira
Seudónimo: Cuatropelos
Año: 2016 – Cuento Mas Simpático

     Había iniciado el viaje en Congreso soportando la incomodidad provocada por cuanto idiota con la mochila en la espalda trepaba al bus; empellones, pisoteos, y otros etcéteras propios de un viaje en horas pico, hasta que logró sentarse.

    Desde su asiento, de pronto, adoptó un gesto de asombro por algo que llamó su atención; miró fijamente hacia el pasamanos superior izquierdo, aclaró la vista y descubrió que al final del mismo, casi sobre la testa del conductor, había colgada una zapatilla de niño.

     – ¡La zapatilla! –exclamó, a toda voz, sorprendiendo a los viajeros.

    Se levantó como un resorte, sin dejar de mirar la zapatilla, y en dos zancadas, estuvo parada al costado del conductor.

    – ¡Señor!, ­–indicó excitada– ¡esa zapatilla es de mi nieto! La perdió hace una semana, seguramente viajando en este mismo vehículo.

    – Señora, –intervino el aludido en tono sarcástico– si está aquí es porque la perdió aquí, o se piensa que yo ando juntando porquerías por la calle.

    – ¿Me la puede devolver? ­–dijo, tratando de disimular la emoción provocada por el hallazgo.

    –Compréndame, no puedo devolvérsela, tiene que dirigirse a la empresa, yo no estoy autorizado para devolver objetos perdidos.

    ­ – ¿Y qué debo hacer, entonces?

–Tome, –indicó el chofer extendiéndole un formulario de tamaño A4–, tiene que llenarlo con los datos del nene… ¿es un nene o una nena?

–Es varón, –replicó la viajera.

    –Bien, –aclaró el hombre–, nos vamos entendiendo; quiero que comprenda que si yo le devuelvo la zapatilla sin autorización me arriesgo a perder el trabajo… y tengo una familia que mantener…

    –Si, lo entiendo.

    –Bueno, lo que tiene que hacer es llenar este formulario y entregarlo en la administración de la empresa, es un trámite sencillo, y usted recupera la zapatilla.

    – ¡Y con lo caras que están!… ­–agregó la pasajera– ¿y que debo poner en el formulario?

    – ¿No sabe leer?, –preguntó el conductor.

   ­ –Si, –respondió la mujer­– pero no traje los lentes para leer, ¿vio?

    –Bueno, le explico, –dijo solícito– permítame el formulario, ¿ve?, ¡ah!, cierto que me dijo que no trajo los lentes. Aquí dice que tiene que poner los datos completos del niño, ¿varón, me dijo?

    –Si, varón, es mi primer nieto, se llama Tiago…

    – ¿Tiago?, –preguntó–con cara de nada– y pensó: ¡qué nombre raro!, después de todo a mi que me importa como se llame. Y continuó explicándole como llenar el formulario. –Tiene que poner…tiene que poner… ¡Ah, si!: nombre, sexo, edad, grupo sanguíneo, nombre de los padres…y si tiene el boleto mejor, así facilita el trámite…

    ­–Tiene la tarjeta BIP, –se apresuró a decir la mujer.

­    –Si tiene la tarjeta debe ponerlo aquí, en este casillero azul, todo con letra clara. Sigo: dirección teléfono, correo electrónico, es fácil, guárdelo, no lo pierda, –concluyó.

    – ¿Y después que lo lleno que hago?

    ­­–Debe hacer el trámite en la cabecera de la empresa que está en Escobar, pregunte por Ricardo, él la va a atender, y le entrega el formulario. Ah, me olvidaba, antes tiene que ir al Banco Provincia y comprar una estampilla fiscal de cincuenta pesos, sino carece de validez.

    –Muy gentil, –agradeció, al tiempo que alzaba la vista en dirección a la zapatilla.        

–Todavía hay gente amable; gracias por su información, que Dios lo bendiga.

No le afectó en ese momento haber perdido el asiento, de manera que tuvo que viajar de pié hasta Plaza Constitución, sin dejar de mirar de cuando en cuando la zapatilla que se balanceaba asida al pasamanos.

Luego, el viaje desde allí hasta Lanús, sentada al menos, ignorando el desfile de vendedores ambulantes de todo tipo de mercancías: chocolates y alfajores de próximo vencimiento, “para saborear en el viaje o llevar de regalo”; corta uñas sin filo y bolígrafos de tinta reseca, “para la

cartera de la dama o el bolsillo del caballero”; chips para teléfonos celulares; protectores de tarjeta BIP, “que en el comercio del ramo van a abonar…” y toda esa cantinela que ya conocemos.

    Inmutable, tomando su cartera con las dos manos para evitar sustracciones, se acercó al conductor. – ¿Me deja en el próximo paradero?

    –Hay que bajar por atrás, señora, –indicó este mirándola por el espejo.

     –Pero yo vengo sentada en el segundo asiento y el bus está lleno, –replicó la mujer que hasta este momento del cuento no he dicho como se llama.

    –Sin más diálogo el conductor detuvo el vehículo y la pasajera descendió. A pocos metros de allí abordó el colectivo que la dejará en Lanús.

     Caminó apurada hasta su casa y se dirigió al teléfono ignorando los festejos del perro que corrió a recibirla. – ¡Hola nena! ¿Me escuchas bien?

     –Sí, mamá, ¿ya llegaste?

    –Sí, estoy en casa, ¿de donde crees que te llamo, o te olvidaste que perdí el celular cuando fui a Mendoza con los jubilados?

    –Sí, mamá, no me acordaba, tengo tantas cosas en que preocuparme que no puedo estar todo el día pensando en estupideces.

    – ¡Claro, y a tu madre que la parta un rayo!

    – ¿Llegaste bien, mamá?

    –Sí llegué bien, ¿a que no sabes que hallé en el bus?

    – No tengo idea, mamá.

    – ¡La zapatilla de Tiago! –chilló desaforada.

    – ¿Qué zapatilla, mamá?

    – ¡Pero, nena!, ¿ya te olvidaste que la perdió cuando fuimos a visitar a la tía Julia?

    – ¡Ah, sí!, pero, ¿que importancia tiene?

    –Que tengo que ir a retirarla a la empresa de bus.

    –Bueno, andá a buscarla y dejá de joder.

     –Mañana voy al banco a estampillar el formulario y me voy a Escobar a buscarla.

    – ¿A Escobar? Es donde hacen la Fiesta de la Flor. ¡Eso queda en el culo del mundo!

    –No creas, me tomo el sesenta rápido que sale de Plaza Constitución y en dos horas estoy allá, me deja justo en la administración de la empresa.

­    –Está bien, mamá, ­–aceptó, para sacársela de encima­– llámame mañana, chau, un beso.

­    Feliz como si hubiese ganado cien mil dólares en Las Vegas, la vieja se dedicó a la noble tarea de rescatar la zapatilla.

    Y allá se fue al día siguiente, formulario en mano, con todos los datos y el estampillado del banco.

    ­–Buenos días, –dijo amablemente al ingresar a la oficina de la empresa de transportes– ¿el señor Ricardo? 

    –Sí, ¿que quiere? ­–inquirió el empleado sin dejar de atender un mensaje llegado a su teléfono móvil.

    –Vengo a retirar una zapatilla que perdió mi nieto.

– ¿Sabe que tiene que llenar un formulario?

 –Si traje todo como me indicó el chofer del bus.

    – ¿A ver?, permítame –dijo con pocas ganas de trabajar–. Si, está todo bien, ¿trajo al niño?, –

    –No. ¿Por qué?

    –Tiene que traer al niño con la otra zapatilla puesta, para confirmar que es la compañera.

    –El chofer no me dijo eso.

–No se lo dijo porque está escrito aquí en las letras chiquitas al pie del formulario, hay que leer

todo, señora, hay que leer todo– reiteró, golpeando con el dorso de la mano derecha el papel que

sostenía con la izquierda.

     – ¡Ah!, el viejo ardid de las letras chiquititas… ¿Y ahora, que hago?

    –Vaya a buscar al niño y la zapatilla y ya está. Comprobamos que son del mismo par y listo, se la lleva.

    –Pero yo vengo de Lanús! ­–exclamó.

    – ¡De Lanús! ¿Hacer tremendo viaje para rescatar una zapatilla? ¡Son setenta kilómetros, señora!

–Ese es el término justo –replicó la mujer­– RES–CA–TAR, exactamente.

      Cortésmente, el empleado trató de hacerle entender que la diligencia para recuperar objetos extraviados, está al margen de sus responsabilidades.

    –Son directivas de la empresa, señora. Y si se enteran “los de arriba” –aclaró, señalando con el pulgar derecho hacia el techo– sonamos, nos echan ¿o no vio la gente que está afuera con los bombos y los carteles, reclamando por la reincorporación de compañeros?

    –Sí, los vi, pero creí que eran gente de esa que llevan a la plaza para aplaudir…

    – No, señora, –interrumpió– aquí los que aplauden son los dueños de la empresa, que tienen subvencionados sesenta coches por el gobierno y solo hacen funcionar veinticuatro, el resto de la plata se la guardan, por eso tenemos un servicio de mierda y la gente se queja, y nosotros y los choferes nos tenemos que aguantar los Insultos.

    –No pensé que fuera tan complicado el asunto…

    –Bueno, guarde el formulario y regrese con el nieto, fíjese que no haya un feriado largo porque en esos días no atiende nadie aquí.

    –Gracias, muy gentil, –correspondió la mujer, guardó el formulario y se retiró.

   Si el viaje desde Plaza Constitución hasta la terminal de la empresa había sido complicado, el de regreso será la antesala del infierno.

   Subió al bus, tarjeta BIP en mano…­­ –Un pasaje a… El conductor no le dejó terminar la frase:  

    – Pase, no estamos cobrando el pasaje.

– ¿Por qué? –preguntó.

     –Estamos reclamando un aumento de sueldo y la empresa no lo quiere dar, por eso no cobramos los pasajes…y vamos solo hasta Canal San Fernando, –concluyó.

    –Y cómo hago para llegar a Lanús?

    –Se baja en San Fernando, aborda el tren a Retiro y desde allí el metro hasta Plaza Constitución…y bueno, usted ya debe conocer como llegar a Lanús…

     Mientras tanto, en el exterior, sobre la Panamericana y la Colectora, los bombos, la gente con sus reclamos, el helicóptero de un canal de televisión tratando de registrar los sucesos y los gendarmes tratando de poner orden adquirían forma de postal de historias recurrentes.

     Exhausta llegó a su casa después de andar más de diez horas por la calle. –Todo sea por el nieto –pensó. Volvió a llamar a su hija. – ¡Hola, nena!

    –Hola, mamá.

    –Recién llego.

    – ¿Donde fuiste?

­    –No te dije que iba hasta Escobar a buscar la zapatilla de Tiago.

    –Si, mamá, pero no creí que tu locura fuera tan avanzada, ir hasta allá por una zapatilla, gastas más en viaje y en tiempo que lo que vale un par de zapatillas. Y al final, ¿te devolvieron la zapatilla?

     – ¡NO!, tengo que ir de nuevo, porque…

     –Bueno, –la interrumpió secamente–resumí un poco que estoy chateando con Cecilia…

     No la dejó terminar que arreció con una pregunta. – ¿Qué Cecilia?

     –La que trabaja en el Ministerio de Acción social, mamá, ¿No te acuerdas?

     – ¡Ay, nena, ten cuidado!, no te vaya a meter en un quilombo…

    –Pero no, mamá, ella es una simple empleada, los corruptos son los políticos y los dirigentes…

    – ¡Ah, si, claro! Y la ministra que tenía la plata escondida en el baño… ¿te olvidaste de eso?

    –Me acuerdo, pero ella tenía una jerarquía, no era una empleada cualquiera.

    –Está bien, pero ten cuidado, mira que están echando gente de todos lados…bueno, te dejo, mañana te llamo así nos ponemos de acuerdo para ir con Tiago hasta Ingeniero Maschwitz, tenme preparada la zapatilla así terminamos con ese asunto…

    – Tú eres la que tiene que terminar con ese asunto, yo no tengo nada que ver; ¡chau, mamá, y dejá de joder!

Concluido el diálogo, y con la esperanza de recuperar el objeto perdido, retornó a su vida normal hasta algunos días después que volvió sobre el asunto. Y otra vez volvió a sonar el teléfono en casa de su hija, con tanta mala suerte que atendió el marido:

    – Hola, si…

    –Hola, Lorenzo, soy yo, tu suegra…

­    –Hola, ¿que tal, como anda María? , –dijo, tratando de ser cordial, ocultando cierta molestia por el llamado en un día que no era de los mejores, y a las ocho de la mañana.

    –Bien querido, bien, ¿Qué hacés a esta hora en casa, no fuiste a trabajar?

    –Si, fui a trabajar pero había un piquete en la autopista, se había formado una fila de autos de más de diez kilómetros, la cuestión es que se hizo muy tarde, así que me volví de contramano por la banquina, llamé al trabajo diciendo que estaba enfermo, y aquí estoy esperando que venga el médico…

    – ¿Y qué le vas a decir que tienes? –interrumpió preocupada.

    –No sé, cuando llegue me meto en la cama y le digo que me duele la cintura, eso no se puede comprobar.

    –Bueno, querido, ten cuidado, mucha gente está quedando sin trabajo; bueno, dame con la nena.

    Lorenzo cubrió el micrófono del teléfono con la palma de la mano y llamó a su mujer: ¡Martaaaa, teléfonoooo!

     – ¿Quien es?, –preguntó con cara de pocas pulgas.

     – ¿Quien puede ser a esta hora?, ¡tu vieja!, seguramente se trata de alguna estupidez.

Marta tomó el teléfono mirándolo con fastidio.

  –Hola mami, ¿que haces a esta hora?

– Vestime a Tiago así vamos a buscar la zapatilla…

    – ¿Otra vez con esa historia?, está bien, ahora le digo a Lorenzo que lo lleve hasta tu casa.

    –Bueno, los espero, chau.

Lorenzo, que había oído las expresiones de Marta, arreció descontrolado:

– ¡No te dije que tengo que esperar que venga el médico!; no puedo moverme de casa, llama a tu madre y dile que no puedo ir ¡No quiero ir!, –maulló fuera de sí.

     – ¡Ufa!, deja, no te preocupes, llamo un taxi.

    – ¡Si viviese Perón, carajo! Esto no pasaría. Piquetes, paros, despidos, droga, corrupción… –reclamaba Lorenzo en voz alta.

    – ¿Y ahora, que te pasa?

    –Me pasa que este país es un quilombo, y si viviera el general esto no pasaría.

    – ¡Claro!, ¿qué te crees, que el general iba a vivir ciento cincuenta años? No te olvides que se murió a los 78 y hace 43 años que pasó a mejor vida, así que tendría…tendría 121 años…

    – Dejá de hablar pavadas, ¿quien puede gobernar un país con esa edad?

    –Termínala con tu bendito general, Lorenzo; ahí tienes a los tuyos gobernando, y así estamos.

­    – ¡Estos no son peronistas!, –gritó con bronca.

    –Son la misma bosta, –respondió ella.

   El sonido del timbre interrumpió lo que se insinuaba como una de las inútiles discusiones diarias.

    –Atiende tú, –dijo apresurado– debe ser el médico, me voy a la cama.

     Efectivamente, era el médico laboral.

–Buenos días doctor, pase, –dijo la dueña de casa, al reconocer al doctor Tomás Demichele.

 – ¿Qué tal señora, como está? 

Rápida como una estrella fugaz, trató de entretener unos segundos al galeno para que la

cama del “enfermo” alcance la tibieza necesaria que no delate que recién se acostaba…vieja costumbre argentina.

    –Preocupada, –respondió– Lorenzo está otra vez con esos dolores de cintura, le di un ibuprofeno.

    –Está bien como prevención, pero recuerde que no hay que automedicarse, esa medicina puede aliviar momentáneamente un síntoma pero encubrir algo más complicado. ¿Dónde está el enfermo?

    –Por aquí, pase, está en la cama.

    –Buen día; a ver que le pasa mi amigo, –saludó el doctor con tono paternal.

    –Mucho dolor, doctor, aquí, en la cintura, –señaló, haciendo un gesto de sufrimiento.

     –Veamos, hummm, ¿hizo algún esfuerzo?

     –No, hace unos días que me duele.

    –Bien, le voy a medicar unos comprimidos y manténgase en reposo dos días. –Exploró su maletín y extrajo un blíster de píldoras que dejó sobre la mesa de luz. ­–Tómese una cada seis horas, y relájese. Acto seguido extrajo un recetario y su lapicera de médico extendiéndole el certificado correspondiente. “El enfermo” ya tenía el comprobante legal que certificaba su “dolencia”. El doctor cerró el maletín y le extendió la mano a modo de saludo. –Que se mejore y cualquier cosa solicite un turno a la obra social y le haremos un examen general, buenos días.

    –Gracias doctor.

    –Lo acompaño. –Ofreció la esposa, facilitándole el paso para salir de la habitación.

    –Bueno, es una simple contractura, cansancio, necesita reposo, –aconsejó el galeno.

    –Gracias doctor, buenos días.

El sonido del automóvil del clínico fue suficiente para que Lorenzo salte de la cama como una gacela; se dirigió a la cocina, encendió la hornalla y puso la tetera.

  –Vieja, prepara el mate, –ordenó mansamente– Me menos mal que el médico vino temprano así me queda el día libre para arreglar la canilla del baño.

     –Es hora que hagas algo en la casa, –reparó ella.

Mientras esto ocurre en el dulce hogar, la abuela y el nieto ya han iniciado el viaje a Escobar. El trayecto no ha sido distinto del anterior, incluyendo esta vez, desvíos del recorrido normal para evadir un piquete programado por los docentes en reclamo por aumentos de sueldos. Por fin, llegaron a destino. Ya en la oficina de la empresa de transportes la abuela María expuso sobre el mostrador la información requerida para recuperar el objeto perdido. Con la seguridad de un juez federal sentenció: –Aquí está todo.

    – ¿Todo qué?, inquirió el empleado.

    –Lo que me pidieron para devolverme la zapatilla de mi nieto.

     El empleado recordó el caso y acomodándose los anteojos con el índice derecho auscultó el papelerío.  –Correcto, está todo bien, ¿ese es su nieto?

     –Sí, y este es su documento.

    – ¿Trajo la otra zapatilla?

    –Sí, aquí está.

    –Muy bien –afirmó, al tiempo que trasladaba el informe a un subalterno.

–Che, Guillermo, anda hasta el Sector “F”, trae la zapatilla que está colgada en el interno 20, prueba que sea la compañera, se la entregas a la señora y que te firme el recibo de conformidad. Ah, y después archiva todo.   

–Bueno señora, ya tiene arreglado el problema, el señor le va a entregar la zapatilla, que tenga buenos días.

    –Muy amable señor, muchas gracias.

–Presuroso, Guillermo tomó los papeles y marchó en cumplimiento de la orden.

    No habían transcurrido cinco minutos cuando ingresó por la puerta posterior de la oficina con cara de circunstancia y acercándose a quien le había dado la orden, le comento algo en voz baja.     – ¡La puta que lo parió! Gritó aquel. Tomó los papeles y dirigiéndose a la impaciente mujer, explicó sin titubeos: –Señora, lamentablemente debo informarle que ayer hubo un sabotaje en la empresa y la zapatilla que usted reclama estaba en el vehículo que se prendió fuego.