La máquina que subía el cerro a buscar frutos rojos

Autor: Andrea Milla Brito
Seudónimo: Andy Shaw
Año: 2022 – Tercer Lugar

La bestia mecánica reptaba, lenta, con el sol reflejándose en su metálica y zumbante superficie. Esta es la hora apropiada para subir  por las empinadas faldas del cerro. Unas horas más tarde y el mediodía, con su calor sofocante, ahogaría a  los “pequeños-pequeños” dentro de la máquina. Todavía faltaba un trecho para llegar. Allí  podrían estirar sus cuerpecitos cansados y tomar algo de  aire fresco.

La “pequeña-grande” que maneja la máquina, una hembra enjuta y  arrugada, mira por la escotilla polarizada  el árido y monótono paisaje. Todavía recuerda que cuando era  una “pequeña-pequeña”, los campos de frutos rojos se extendían más allá de la laguna seca, más allá de los huesos blanquecinos de las últimas “muuu”  que ella alcanzó a ver.

-“Muuuuuu”, susurró para sí.  

 El vago recuerdo de una sensación deambuló  en su lengua ¿Esas eran las palabras? ¿Dulce? ¿Fresca? ¿Cuál era la sensación? Su lengua reseca hizo el débil intento de recordar. “Muuuu, muuuuu”, repitió suavemente.  

La máquina seguía subiendo trabajosamente los faldeos del cerro. Es una suerte que allá abajo los “GRANDES” consiguieran  a alguien que arreglara los paneles solares, de otro modo los  “pequeños-pequeños” estarían moviendo los engranajes del motor con su manos y pies, única forma de llegar a os frutos rojos cuando no se podía cosechar el sol.

-“Lo bueno es que hay sol para todos”, pensó la “pequeña-grande”.

Ligeros quejidos sacaron a la “pequeña-grande” de su ensoñación. ¿La máquina se quejaba? ¿Tal vez iban demasiado rápido? Lentamente se dio vuelta y miró hacia el oscuro espacio donde se amontonaban los cuerpos de los “pequeños-pequeños”.

  • “Están despertando”, musitó. “Hambre…”

De pronto se dio cuenta del sonido de sus propias tripas, lo que le recordó el espeso y dulce brebaje que uno de los “GRANDES” le había ofrecido unas horas antes,  en un pesado y  blanco recipiente con bordes dorados. No sabía que era más fascinante: la tibieza que resbalaba por su garganta o el precioso objeto que sostenía entre sus manos.

-“Ahora, escúchame bien, “pequeña-grande”, dijo una “GRANDE” con un enorme  sombrero de plumas azules y las mejillas coloradas. “Esta es la última vez que vamos a poder subir a buscar los frutos rojos antes de la Fiesta de la Vida, que es cuando empieza el calor. Tú sabes…o deberías saberlo, lo importante que son los frutos rojos…”

-“¿Qué estás haciendo?” , interrumpió un GRANDE de pelo verde y sonrisa despectiva. “Si estos no entienden ni la mitad de lo que hablamos. Malgastas tu aliento y mi tiempo. Déjame a mí”, dijo apartando a la de sombrero emplumado.

-“Escucha… arriba…frutos rojos…ahora”, dijo el de pelo verde, arrastrando las palabras mientras gesticulaba, apuntando hacia sus orejas,  la montaña y un puñado de frutos rojos secos que sacó desde un bolsillo de su amplia túnica dorada.

La “pequeña-grande” asintió relamiéndose los labios, mientras devolvía el hermoso recipiente a la mujer de sombrero emplumado.

La figura alta y delgada de una “pequeña-pequeña” de cabeza rapada, se acercó a la máquina plateada seguida de una fila de “pequeños-pequeños”. La “pequeña-grande” le hizo un gesto para que abriera la puerta corrediza, mientras  animaba a subir con  un suave gruñido a los “pequeños-pequeños”,  a la vez que  les entregaba  una bolsa con una hogaza de pan negro, unos pedazos de frutas secas  y una botella de agua.

-“¡Arriba, arriba!”, alentaba la de las mejillas coloradas. “Es como una excursión con picnic al aire libre”, dijo entre risitas ahogadas.

– “Hablando de aire libre…es tiempo de que volvamos adentro.  No aguanto esta polvareda. Le dije a Octavio que esta es la última vez que lo reemplazo en estos asuntos…¡Vamos, Violeta!”, le dijo mientras consultaba un luminoso cubo que cantaba los minutos con un delicado y melodioso trino.

– “¡Ay, sí! ¡Ya voy! ,  respondió risueña la GRANDE. “No sé de qué te quejas Amado. Octavio siempre es tan generoso con nosotros. Este es  un pequeño sacrificio…Sólo piensa en esos dulces frutos rojos, en la Ceremonia de Agradecimiento, los bailes, la música…me encanta ver a todos tan alegres y llenos de energía…¡Me dan ganas de abrazar a todo el mundo!”

El GRANDE de pelo verde miró divertido a la de  mejillas coloradas y con un gesto de impaciencia la invito a subir al vehículo, que se fue zumbando en la noche en busca de la entrada a la ciudad subterránea.

Con un suave empujón, la “pequeña-pequeña” alta y delgada de cabeza rapada sacó de su letargo a la piloto. .

-“¿Ayudo? Duerme…falta poco”

La “pequeña-grande” se arrastró pesadamente hasta el lugar donde dormían los “pequeños-pequeños”, quienes la recibieron haciéndole un espacio para que se recostara.

-“Háblanos”, dijeron las vocecitas en la oscuridad.

-“De las “muuu…”

– “De los antiguos-antiguos…”

La “pequeña-grande” solo quería dormir, pero adivinaba la impaciencia de los ojitos brillantes que no podía ver. Sintió los cuerpitos delgados acomodarse, acercándose hacia ella. Pensó que después podría dormir cuando llegaran a su destino y empezaran a recoger los frutos rojos.

La “pequeña-grande” empezó a contarles sobre el tiempo en que el cerro estaba lleno de pastos y árboles del mismo color del cabello del GRANDE que había ido a supervisar su salida unas horas antes.  Les contó de las “muuu” que se paseaban por las faldas del cerro y del líquido blanco y tibio que salía de ellas.

Les contó de unos pequeños seres que se desplazaban por el aire y hacían el mismo sonido del aparato luminoso que cantaba los minutos.

Les habló de los” antiguos-antiguos” que viajaban en grandes maquinas siguiendo las rutas en las montañas hasta encontrar el agua que sale de las piedras. Ahí se subían a máquinas más pequeñas que flotaban en el agua, hasta que llegaban a la orilla donde se juntaban todas las aguas.

En las sombras del vientre de la máquina, los sonidos que salían de la boca de la mujer, sonidos que nombraban cosas para las que ya no había palabras, eran apenas interrumpidos por  exclamaciones de asombro,  risitas y peticiones de guardar silencio. Nadie quería perderse ni un detalle del relato.

De pronto la máquina paró en seco. Habían llegado al llano en la falda del cerro. La “pequeña-pequeña” de cabeza rapada abrió la puerta corrediza y los “pequeños-pequeños” salieron a tientas, enceguecidos por la luz del sol.

La “pequeña-grande” organizó los grupos: los más menudos se metían entre los arbustos espinudos y sacaban los frutos rojos con sus diminutas manos. Los más grandes, traían y llevaban cajas a medida que se iban llenando.

– “Voy a dormir… mira que no coman”. La figura escuálida y arrugada se perdió dentro de la máquina resplandeciente.

La “pequeña-pequeña” de cabeza rapada observó  a los “pequeños-pequeños” moverse entre los arbustos. Ni una palabra salía de sus bocas, salvo un callado quejido de alguien que se había pinchado con las espinas del matorral o el resoplido cansado de los más grandes, llevando las cajas llenas. De pronto, una sensación de malestar  fue creciendo en su estómago. No sabía qué era ni cómo llamarla, pero era algo que sentía desde hace algún tiempo, cada vez que escuchaba el roce de las túnicas doradas o el brillante trino que cantaba los minutos.  

   – “¡Para!”, ordenó a dos que subían una caja.

– “¡Ábrela!” Los dos “pequeños-pequeños” se miraron entre sí, luego al grupo que se movía entre los matorrales, luego a la puerta corrediza abierta, donde se adivinaba la figura de  la “pequeña-grande” que dormía.

La “pequeña-pequeña” alta y delgada de cabeza rapada,  abrió de un manotazo la caja cargada hasta los bordes de redondos frutos rojos. Tomó un puñado con ambos manos y se los llevó a la boca mientras una lágrima salía de su ojo izquierdo.

Un suspiro ahogado salió, al unísono, de todas las bocas.

– “Coman!…¡Coman! “, gritó, mientras reía.

Los “pequeños-pequeños” miraban incrédulos como la figura alta y delgada bailaba entre las cajas a la par que iba abriéndolas. En cada caja sacaba un puñado y se lo metía a la boca. Su cara, sus manos y ropas, rápidamente, se tiñeron de rojo.

Entonces, lentamente, los “pequeños-pequeños”  siguieron su ejemplo; comiendo  a manos llenos, sacando los  frutos desde  los espinudos matorrales. Corrían, persiguiéndose unos a otros, escupiendo  las pequeñas semillas  como proyectiles desde sus bocas, en una escaramuza juguetona llena de risas y gritos cristalinos.

La algarabía de la feliz batalla despertó a la “pequeña-grande” quien se asomó, confundida, por la puerta corrediza. – “Esto es un sueño, como el del otro día”, pensó mientras buscaba con la mirada la cabeza calva de quien debía estar vigilando la recolección.

– “Si quieren …frutos rojos…que vengan… ellos… a buscarlos”, grito la “pequeña-pequeña” alta y delgada, buscando las palabras en lo profundo del malestar que sentía en el estómago.

 La enjuta figura de la “pequeña-grande” pareció crecer, irguiéndose con cada bocanada de aire que tomaba. Miró a los pequeños de ojos redondos y bocas rojas, miró las cajas abiertas y la figura jadeante de la delgada muchacha.

– “De acuerdo”, dijo asintiendo con una sonrisa. “Esto es como el sueño que tuve la otra noche”, dijo en voz alta. “Vengan, vengan pequeños… Hagamos una fuego, pronto será de noche”.

Rápidamente, se organizaron para armar una fogata con los arbustos secos que ya no tenían frutos rojos. Las bolsas con restos de pan y agua pasaron de mano en mano.

La anciana comenzó su relato, contándoles sobre su sueño: un grupo de niños y niñas viajando a través de las montañas, en una brillante máquina alimentada por el sol, siguiendo la ruta que marca el agua que sale de las piedras, llegando a un lugar lleno de árboles verdes, donde viven pequeños seres alados que cantan sin otro propósito que el de entonar canciones para las “muuu” que se juntan a  comer pasto.

Los pequeños niños empezaron a acurrucarse unos encima de otros. Una ligera bruma tibia,  como una sábana de seda,  los abrigó amorosamente. Entre cuchicheos cómplices y  risitas calladas, los pequeños fueron quedándose dormidos.  “Muuuuuu….muuuuuu”, se escuchaba de tanto en tanto.

La anciana miró con ternura a la muchacha alta y delgada.

– “No me acordaba  cuando fue la última vez que me sentí feliz…pero es ahora, justo ahora…aquí”. La certeza de  estar viviendo un momento único se condensó en los ojos de ambas mujeres.

– “¿Algunas vez te llamaban de una forma…especial?”, preguntó la muchacha

– “Sí”, respondió la anciana. “Como las luces…de allá arriba”, dijo apuntando al cielo. “Estrella”, dijo esbozando una sonrisa melancólica.

 La anciana y la joven se quedaron  dormidas, arrulladas por el crepitar de la fogata

A la mañana siguiente los pequeños y la joven no pudieron despertar a la anciana. Le tiraron las orejas, le taparon la nariz. Uno se atrevió a gritar “muuuu” en su oído.

– “Paren, paren…ya no está”, les dijo la joven.

Todos los niños y las niñas rodearon a la anciana. La sentaron lo mejor que pudieron, apoyándola  en unas piedras que pusieron en sus espalda. Le dibujaron pequeñas estrellas rojas en el rostro con el jugo de los frutos que consumieron al desayuno. Algunos estamparon besos rojos en sus brazos y pequeñas manos en su espalda.

– “Niños…niñas: no podemos volver a la ciudad. Los GRANDES van a estar muy enojados por los frutos rojos… Yo creo que mejor  sigamos el camino de los antiguos – antiguos… Hasta que encontremos el agua que sale de las piedras…Entonces bajamos  hasta que lleguemos al lugar donde se juntan todas las aguas…Tal vez encontramos algunas “muuu” ¿De acuerdo?”

Los niños y las niñas asintieron en un silencio solemne.

-¿“Tú … la “pequeña-grande?”, pregunto un niño con timidez.

-“Sí…eso creo…mejor díganme Estrella”, replicó la joven.

Subieron el resto de cajas con frutos rojos al vehículo y se acomodaron entre ellas. Estrella encendió el motor del gran vehículo. Para su alivio, éste comenzó a zumbar como una colmena.

-“Lo bueno es que hay sol para todos”,  pensó  mientras dirigía la máquina plateada hacia el sur, imaginando el camino entre las piedras del cerro.