El payaso

Autor: José Antonio Mendizábal Araya
Seudónimo: Akelarre
Año: 2017 – Segundo Lugar

La cara de Luis lucía cada vez más pálida esa noche, tenía su cabeza apoyada en diagonal entre el asiento del coche y la ventanilla lateral, su cuerpo se mecía suavemente por el movimiento y producto de la velocidad, las luces de los vehículos que venían en sentido contrario iluminaban su rostro como pinceladas y hacían brillar tenuemente las pequeñas gotas de sudor que brotaban en su frente. Nunca pensé verlo así, en ese estado, todo había salido mal, le había tomado mucho cariño, sin conocerlo mucho lo había sentido cercano, tenía estudios, era instruido y por esas razones de la vida, terminó, junto conmigo, en hechos de delincuencia; no sabía mucho de su vida, si era casado o no, si tenía hijos o no. Acomodé su cabeza que había comenzado a golpearse levemente contra la ventanilla, su respiración era agitada y lo veía, creo, aún más pálido. Acaricié su cabeza y al tocar su cabellera mi mano quedó manchada de sangre, uno de los balazos se había rozado su cuello – ¡por lo que más quieras apura un poco! -grité a Samuel que conducía. -¡No puedo ir más rápido, no me pongas más nervioso!, ¡hay mucho tráfico!, además, detrás nuestro hay un auto de la policía. Las luces verdes y rojas de la baliza del coche policial iluminaban el interior de nuestro vehículo completamente. Jorge, en el asiento delantero, al lado de Samuel, mantenía los ojos cerrados con las manos en ambas rodillas y sus labios se movían acompasadamente ¿estaría rezando? Un suspiro prolongado emitido por Luis me paralizó, mi ojos se clavaron en los suyos y sin querer dije en voz alta -¡parece que se nos fue!-. Luis tomó se la cabeza con las manos y comenzó una letanía insoportable ¡no…no…no! Samuel girando la cabeza hacia atrás me miró y gritó -¡Es que no se puede hacer nada!  -¡No me grites y maneja, mira hacia adelante que nos podemos descrestar!, el auto policial hizo un cambio de luces, una señal evidente hacia nosotros, todo era una pesadilla, ¡tienes que detenerte…ahora!… ¡Samuel, detén el auto! -¡Sí, por favor, hazlo!- gimió aterrado Jorge, -¡no lo haré, no iré a la cárcel nuevamente! -respondió seca y decididamente. Tomé por detrás el cuello de Samuel con mi brazo derecho y lo apreté muy violentamente, era un hombre muy fuerte, ¡detén el auto! -grité. Sorpresivamente, apareció por detrás del vehículo policial un auto con una celeridad desmesurada y-zigzagueante lo sobrepasó, se ubicó en paralelo y redujo su velocidad igualándola a la nuestra, tenía la luz interna prendida, se destacaba la figura inconfundible de un payaso, nos miraba atentamente y sonreía, levantó su mano enguantada y nos saludó parsimoniosamente. Abrió la boca que se veía descomunal dibujada por sus enormes labios carmesí y contrastaba con su cara pintada de blanco y nariz redonda y roja, simulando una carcajada, tomó su sombrero y sacándoselo nos hizo una reverencia. Ese auto de pronto aceleró y nos sobrepasó, alertando al vehículo policial que activando su sirena emprendió la persecución, Samuel finalmente detuvo el auto en la berma.

-¡No lo hagas nunca más, te lo advierto! -aulló Samuel abriendo la puerta del auto y bajándose -¿viste eso? nos salvó, ¡que grandísima putada!, ¿cómo está Luis?, ¡contesta, Rubén!-, ¡muerto! –respondí. -Lo dejaremos acá- fue su sentencia -¿te quedarás con él?– me preguntó luego de ver mis gestos de profundo desacuerdo-, ¿y luego?, cuando te encuentren, ¿nos delatarás?, Luis está muerto y nosotros, aún vivos, nadie nos vinculará, era un desconocido.

La noche prometía angustias, un deseo irrefrenable de despertar en algún momento y que todo esto no fuera más que una cruel pesadilla, ¿lo has mirado? -dije a Samuel.- ¡a quién!,  a Luis, ¡no y basta con eso!, ¿y tú, Jorge? Desencajado y lloriqueando se me acercó y puso su mano en mi hombro -te ayudaré a bajarlo- fue lo único que dijo, ¡miserable! -pensé- y yo también. -¿Y qué piensan del payaso?, -¿qué payaso? -me respondieron al unísono-, el que iba en el auto que nos pasó y nos salvó, -¡Ah, la mierda, tú me estabas estrangulando por detrás y querías que viera un payaso!, solo vi una auto muy rápido que nos adelantó, seguro que era un borracho, en verdad eso nos sirvió. Me volví hacia Jorge -¿y tú Jorge?, nada… nada… no vi nada, te lo juro, estaba muy asustado.

-Movamos el auto hacia un lugar más seguro para que nadie nos vea-, sugirió Samuel, la luna se había asomado levemente entre esas nubes mortecinas, …estuvimos de acuerdo, y eso hicimos, encontramos una planicie bajo un enorme y vetusto árbol, arrastramos junto al enorme tronco a Luis y lo depositamos allí, un perro ladró muy cerca nuestro, y otro, más agresivo se unió a los ladridos, a unos metros de allí unas luces aparecieron, era una casa que no habíamos visto por la oscuridad total en que nos encontrábamos, solo las luces veloces de los vehículos por la carretera iluminaban como rayos el entorno, un pájaro, quizás una lechuza emprendió el vuelo desde el árbol debido a nuestra presencia. ¿Nos habrían visto?, sentía mucho temor, todavía no habíamos consumado nuestra vil y macabra acción y ya tenía oscuros sentimientos de remordimiento y miedo, duda y desconfianza hacia todo y todos los que me rodeaban.

-¡Vamos ya! -gritó Samuel-, ¡no se queden allí parados!, mañana lo encontrarán, no fuimos nosotros los que lo matamos. Con mi cabeza hecha un mar de confusiones emprendí el retorno al auto, sentía los ojos de Luis clavados en mi espalda, nuevamente los ladridos de perro pero esta vez más cercanos, al fin nos acomodamos en el vehículo y… no arrancó, otra y otra vez y nada. ¡Maldita sea! -chilló Samuel, golpeando el volante del automóvil, -¿será falta de bencina? –balbuceó aterrado Jorge. -¡Si no tienes algo más inteligente que decir es mejor que te calles, inútil!- fue la respuesta de Samuel. Sin intentar dar opinión alguna me limité a mirar por la ventanilla hacia las luces de esa casa cercana, no podía sacarme de la cabeza la risa del payaso, comencé a sentir ataduras que me inmovilizaban, delgados dedos que me jalaban e impedían que yo pudiera avanzar. -¿Samuel?, creo que solamente tenemos dos alternativas- apunté- esperar a que amanezca y tratar de solucionar el problema o caminar y alejarnos de este lugar, – ¡no sé cuál es peor! – me replicó Samuel.- Era cierto, no podíamos esperar el alba puesto que los vecinos descubrirían a Luis y a nosotros tratando de arreglar la avería del auto, y por otra parte, sería obviamente motivo de sospecha ver a tres tipos con traje formal, caminando por la carretera, luego de que la prensa informara sobre el sangriento atraco e, inevitablemente, luego de unas horas, la aparición del cuerpo de Luis complicaría todo, me sentía libre pero atrapado, estábamos atrapados. Dirigí mi vista hacia el árbol donde habíamos dejado a Luis que se distinguía claramente por la luz de la luna que bañaba todo el pequeño valle, sin querer lo habíamos depositado en el lugar más visible. Samuel insistió en hacer andar nuevamente el motor infinidad de veces, fue en vano, agotando la batería. Jorge abrió la puerta y con voz trémula nos gritó, -¡yo me voy de aquí!, denme mi parte y un tercio de lo que a Luis le correspondía y me largo, veré lo que hago. -¡Te pillarán antes de un par de horas luego del amanecer!, nos conoces y nos delatarás- la voz de Samuel sonó como una amenaza, -¿cómo portarás tanto dinero?, se te caerá por el camino, no sabrás qué hacer, eres el más estúpido de los cuatro. Los perros de los cuales sentíamos sus ladridos estaban ya alrededor del auto, Jorge cerró la puerta atemorizado y los perros comenzaron a ladrarnos sin dejar de hacerlo durante largo tiempo, giraban alrededor del auto, se encaramaban por las ventanillas, hurgando, olfateando y ladrando era un verdadero infierno. -¡Me entregaré a la policía! -gritó Jorge en estado de shock , -¿te recuerdo algo?, querido Jorge, el pequeño y estúpido Jorge no se acuerda que murieron dos policías en nuestro evento financiero criminal, si te agarran ¡se pudrirán tus huesos en la cárcel!, ¡te lo digo yo, como que me llamo Samuel Bergenson! que he estado parte de mi vida en ella, mataré a un perro y los otros huirán. – Si lo haces, empeorarás las cosas- me atreví a insinuar, el ruido alertará a todos los vecinos que, aunque no se vean, deben ser bastantes. Pocas veces me había atrevido a contrariar a Samuel, una de ellas con agresión cual fue el intento de presionar su cuello para que detuviera el auto, mas, ahora deseaba liberarme de todo, también de Samuel y de Jorge. Un grito en la lejanía alertó a los perros quienes se devolvieron por donde habían venido y dejaban de asediarnos por un momento, la preocupación venía entonces por el grito, era obvio que, quién quiera que fuese se había percatado de nuestra presencia y había llamado a esa jauría a detener su acoso. Es nuestra única alternativa- me dijo Samuel girando su cabeza hacia mí y omitiendo a Jorge- debemos hacer un reconocimiento y ver de qué se trata esa vivienda y ese hombre, quizás sea nuestra salvación.

Las luces del circo se desvanecían, la función había terminado hacía ya un rato, el poco público se había retirado y Timor, el payaso, en su remolque, sentado frente a su deteriorado espejo terminaba de retirar las últimas trazas de maquillaje y la cara ultrajada por los años y la pobreza aparecía con toda crueldad, sus ojos caídos y enrojecidos hacían días que no habían parado de llorar. La muerte de su hijo, también payaso, era un puñal atravesado por siempre en su corazón, esta había sido su última función, se retiraba y viviría en el campo.-En la crónica roja de los periódicos se leía: “payaso es baleado durante un asalto, fue abandonado todavía vivo en un lugar campestre, donde finalmente murió”

Los tres descendimos del auto y tratamos de avanzar en la oscuridad, la luna se había ocultados nuevamente entre densos nubarrones, nos guiábamos por las luces de esa casa, los perros estaban silenciosos, notamos una pequeña quebrada delante nuestro y muchos matorrales, íbamos los tres, primero Samuel, luego yo y finalmente Jorge que miraba obsesivamente hacia atrás, nos afirmábamos en unos arbustos para descender por esa pendiente y así no resbalar. ¡Un ruido!, sentimos un sordo golpe como una gran piedra que cae en el suelo, Samuel y yo miramos hacia atrás y Jorge no estaba, retrocedimos y subimos unos metros, tímidamente y susurrando lo llamábamos, ¿habrá vuelto al auto? -insinúa Samuel- yo tengo la llave y tú la copia- continúa- ¡sentimos dos golpes más!, ¡volvamos! -digo a Samuel–y emprendimos la vuelta, los anteojos de Jorge colgaban de una rama frente a nosotros, la leve luz reinante hacía brillar sus cristales, instintivamente nos acercamos físicamente Samuel y yo hasta casi tocarnos, ¿habrá caído rodando por la quebrada? -pensé- ¿y los golpes?, ¿qué serían esos ruidos como golpes?, -¡otro ruido!, ¿escuchas Samuel?- eran pasos quebrando las ramas en el suelo y venían hacia nosotros, eso era seguro, ¿sería Jorge?- volvimos a llamarlo en voz baja y nada, emprendimos rápidamente nuestra vuelta al auto, esta vez iba yo primero-. A los pocos minutos de emprender el retorno noto la ausencia de Samuel, lo busqué, lo llamé y nada, me apoyé de espaldas en el tronco de un árbol y traté de meditar, ¿qué estaba pasando?, era evidente que corría peligro, debía volver al auto, coger el dinero y largarme de acá por la carretera, caminando. Noté que estaba sudando y mi respiración era agitada, estaba confundido, nos habíamos alejado mucho del auto y no era fácil encontrarlo en tanta oscuridad, sentí un disparo y debía haber sido cerca de donde me encontraba, ¿sería Samuel el que disparó?, él llevaba un arma, hice un esfuerzo, hinché mis pulmones y grité lo que más pude …¡Samuel!…, al cabo de pocos segundos claramente escuché y muy cerca de mí: ¡ya no está más Samuel!…, no era su voz, era más ronca y con un tono casi irónico, era una voz cascada. En mi intentó de correr rápido y al no ver nada, trastabillé y caí varias veces tropezando con ramas y piedras, iba por mal camino, no reconocía el lugar, estaba en un pequeño bosque de pinos y en el suelo se multiplicaban las piñas caídas, a lo lejos, la carretera, aún pasaban vehículos, iría hacia ella y luego reconocería el lugar, con mucho esfuerzo y jadeando, lo estaba consiguiendo, amanecía, el cielo se tornaba celeste brillante y aún destellaban estrellas en lo alto, el gran árbol donde habíamos depositado a Luis, un poco más lejos y en la misma dirección, debía estar nuestro auto, no lo veía pero debía estar allí, me revisé el bolsillo del pantalón y las llaves seguían en su lugar a pesar de mis caídas. Lo más veloz que pude, superando mi angustia y el cansancio, me acerqué al viejo árbol…Luis no estaba allí…alguien lo había movido, ¿cuál sería la razón?, miré hacia todos lados, creía estar solo, nadie me había seguido. Agachado como un simio me acerqué al vehículo, mis manos tiritaban y mis dedos estaban magullados por tantas caídas, finalmente conseguí colocar la llave en la hendidura de la chapa y la giré, ésta se abrió sin presentar problema alguno, me lancé en su interior sobre los asientos delanteros, aseguré la puerta.

Sentía a mi corazón latir con fuerza y mis labios temblaban al tratar de intentar una vez más hacer arrancar el motor del auto, la batería quizás podía haberse recuperado, había tenido esa experiencia antes, debía intentarlo, era la salvación a tanto suplicio, introduje la llave, la giré levemente hacia la derecha y el tablero se iluminó completamente con todos sus íconos de controles activados, mi ansiedad llegaba al límite soportable, instintivamente, tal como lo hacía en mi niñez ante una situación difícil, me persigné,…giré la llave con fuerza… el motor de partida se activó y funcionó con lentitud, casi como un quejido,…de pronto…el motor del auto arrancó, el alivio fue como una inyección de oxígeno en mi organismo, traté de calmarme y prendí las luces, todo por delante se iluminó y miré una y otra vez por donde debía llevar el auto sin problemas hacia la carretera, no debía embancarlo y correr el riesgo de que nuevamente no arrancara el motor. Atrás quedarían Luis, Jorge y Samuel, yo no había, por lo menos en eso, sido culpable de nada, …de pronto, percibí que el auto hacía un pequeño movimiento, quizás una ondulación, no era esperable ni normal, no me bajaría del vehículo, quizás era el tipo o los tipos que nos habían atacado y trataban de retenerlo, sin pensarlo dos veces arranqué y busqué el camino hacia la carretera dando tumbos entre baches, piedras y arbustos, una gran rama azotó el parabrisas y se generó una trizadura como tela de araña, sin embargo avancé hacia la carretera y me encaramé en ella con toda la fuerza que daba ese motor, finalmente en ruta me acomodé para conducir sin riesgo, sin embargo, percibí por el espejo retrovisor una sombra, una persona, un payaso en el asiento trasero, se erguía y aprisionaba mi cuello con su brazo derecho,…¡detén el auto!, me urgía. -¡detén el auto!

Timor, el payaso, sentado en una vieja silla en el patio de su pequeña casa en el campo miraba desde lejos el paso de los autos en la carretera, había guardado en el canil a sus fieles perros con quienes compartía su soledad. Veía desde lejos a la policía que liberaba al hombre de las amarras con que estaba atado al viejo árbol, el mismo bajo el cual había muerto su hijo. “¡Hubo una balacera entre varios hombres anoche! – les dijo, yo me escondí ¡deben de haberse matado -agregó- peleaban por un dinero, a ese lo amarraron para que soltara donde lo habían guardado, uno se arrancó a pie, supongo que con la plata”.

Cada noche Timor buscaba en su auto a los que había herido a su hijo dejándolo agonizar a los pies de ese gran árbol, debían ser de la zona. Durante muchas noches cuidó de Luis en su casa hasta que se recuperó, éste le había pedido cuando lo rescató, tratar bien a Rubén.

Finalmente, la prisión fue mi destino, el payaso me inmovilizó muy fuertemente y la policía me encontró, nadie creyó mi versión de los hechos sobre la muerte de Samuel y Jorge, y nunca supe dónde quedó el dinero, y de Luis nada. El día de hoy, reconocí al payaso, su nombre es Timor, hizo un show para nosotros, los presos, al finalizar su actuación estoy seguro que me hizo un saludo con la mano.