COSAS QUE PASAN

Autor: Miguel Francisco Galván Cabello
Seudónimo: Chiripa
Año: 2018 – Mención Honrosa

Un día cualquiera:

     Un autor principiante se sentó en su oficina con todas las intenciones de escribir un cuento excelente, pero no tenía ideas. Casi jugando, por eso de hacer algo, se puso a apretar letras a lo loco pero la computadora no reaccionó. Luego de examinar un rato, detectó que el problema era que las baterías AA que le puso al teclado ya se le habían gastado. Un poco frustrado, pero no tanto, se levantó de la silla y se dirigió a la cocina a buscar el paquete de baterías AA que guarda en la gaveta del mueble blanco; pero la gaveta andaba tan llena que se atascó y era difícil de abrir. Como no es ingeniero, el autor decidió sacar una cuchilla para tratar de forzar la gaveta; y como no es diestro, se tajó el dedo haciendo el intento. Empeñado, ya más por orgullo que por más nada, insistió en abrir la gaveta hasta que finalmente la rajó. En ese momento vio que ya no quedaban baterías, y recordó el instante preciso, hace un par de semanas, en que consumió las que quedaban, cerró la gaveta con fuerzas y botó el empaque a la basura.

Con un suspiro, resignado:

     El autor reconoció que tendría que ir a la farmacia del vecindario a comprar un paquete nuevo de baterías AA para recargar su teclado, además de una curita pequeña para cuidar su dedo. Consideró cambiarse de ropa y ponerse algo semi-decente antes de salir, pero decidió mantener su atuendo casero dominguero ya que pensaba que sabía que la diligencia sin duda sería súper rapidita. Por eso, se montó tal y como estaba en el carro y salió del garaje de la casa; pero no pudo llegar muy lejos por culpa de dos accidentes terribles que ocurrieron por coincidencia justo en la calle afuera de su propiedad: uno a la izquierda de su garaje, y el otro a la derecha. Por consecuencia, tuvo que ir a la farmacia a pie. Cuando llegó, fatigado, sudando, seleccionó un paquete bien grande de la mejor y más duradera marca de baterías AA que pudo encontrar, además de unas curitas para cuidar su dedo; y se puso en fila con todas las ganas de regresar de inmediato a su oficina a escribir algún cuento que todavía no se le había ocurrido. Pero al llegar su turno en la caja se enteró de que el sistema de tarjetas ATH estaba fuera de servicio, y él no tenía nada más con qué pagar. Le informaron, pues, que podría conseguir dinero en efectivo en el banco que queda a tres cuadras y media de ahí.

Una vez dentro del banco:

     Mientras esperaba su turno frente a la máquina de sacar dinero, aprendió que también estaba ocurriendo un robo en ese preciso momento, y que los asaltantes no fueron veloces. Por eso, unas rejas bajaron de golpe en todos los umbrales del banco y las puertas quedaron selladas sin que ellos pudieran salir a tiempo; y así, los malhechores se vieron atrapados junto a todos los que estaban ahí. De inmediato, mostraron sus armas y decenas de clientes y empleados quedaron rehenes de unos criminales desesperados. Esto desató un duelo terrible entre pillos y policías que duró dos días y medio. Las negociaciones fueron muy difíciles, como suelen ser, pero en esta ocasión más porque los asaltantes eran populistas intransigentes y el negociador de la policía un conservador fascista que decretaba discursos cada vez que escuchaba la palabra “izquierda”. Por eso, de manera bastante abrupta, las negociaciones fueron remplazadas por debates apasionados sobre el capitalismo y la justicia social. A fin de cuentas, los asaltantes resultaron estar mejor preparados en la materia que la policía, y probaron ser harto elocuentes. Tanto así que poco a poco quedó claro que tenían toda la razón y convencieron al otro lado de que se unieran a la causa en secreto y los dejaran escapar a Cuba en un avioncito privado con el autor como prisionero para garantizar seguridad hasta que llegaran. Una vez en La Habana, podrían hacer con él lo que quisieran.

En el avioncito a la Habana:

     Hubo problemas serios durante el vuelo, y el destino que perfilaban quedó troncado por un bache de viento que los hizo estrellar en el pueblo haitiano de Gonaives, donde murieron todos menos él. Ahí su salud quedó restaurada gracias a la caridad misericordiosa de una familia humilde que, además de darle aposento, atención médica y comida, le enseñaron a cantar konpa de una manera tan singular que en poco tiempo se hizo famoso en la región. Esta fama se desarrolló de manera acelerada y pronto le llegó una invitación oficial de parte del gobierno central para que visitara el palacio presidencial, donde el líder de la nación lo esperaba para cantar un par de canciones con él. Juntos la pasaron muy bien, y compusieron una pieza muy simpática y pegajosa titulada ‘La vida es una chiringa (y alguien me rompió el hilo)’; las grabaciones de esta fueron tan excelentes que les ganaron una nominación en los Grammys a ambos y una participación estelar en el evento televisado que se llevó a cabo poco después, donde arrasaron la categoría y su nombre se hizo famoso.

Ahí conoció a muchas personas:

          Pero la más significativa de todas fue una excéntrica cantante pop que era muy sensual y divertida pero que tenía reputación de malamañosa. Ella se interesó demasiado en él, lo sedujo y lo llevó corriendo hacia la perdición y la decadencia, causando un estupor orgiástico que duró un tiempo indefinido y que él nunca recordará muy bien. Este episodio en su vida concluyó de golpe cuando sufrió un paro cardiaco mientras bailaba el limbo en una fiesta en la mansión clichosa de alguien en Coconut Grove que es bien famoso. En camino al hospital, la ambulancia iba con tanta velocidad y el conductor tomó tantos riesgos que terminó en un accidente con otra ambulancia que se comportaba igual, y hubo que buscar cuatro ambulancias más para atender a todos los heridos.

Inevitablemente:

     Sus agentes y abogados tuvieron varias reuniones y llamadas bien serias e importantes sobre el asunto de su condición y decidieron que tendrían que ingresarlo en alguna clínica para desintoxicarlo o algo por un rato hasta que recomponga. Se lo llevaron a un centro de rehabilitación famoso que queda en Utah que en verdad está bien chulo, donde pasó el mejor rato que se podría pasar en procesos como éste. Ahí hizo unas amistades que le contaron de las filosofías del oriente lejano y le convencieron de que viajar a esas tierras sería el remedio perfecto para despejarse de las malas influencias y encontrar un poco de paz. Una vez ahí, en la cuenca del río Ganges, forjó una amistad profunda con un viejo sabio que de casualidad era dominicano, con quien aprendió muchas verdades eternas y llegó a entender completamente todo. Pero, más importante aún, en un exaltado impacto de inspiración, también se le ocurrió un cuento que podría escribir; por eso se dirigió de vuelta a la isla con la cara sonriente y un cuento bien nítido en su conciencia; el vuelo se le hizo corto pensando en la trama, y ya lo tenía todo planchado cuando el avión llegó a tocar tierra. Entonces, buscó su maleta, se montó en un taxi, llegó a su casa, organizó sus cosas y se sentó frente a su computadora para escribir su cuento. Pero se le olvidó traer las baterías AA que necesitaba para el teclado y tuvo que salir de nuevo.