Atardecer en Ipanema

Autor: René Lohengrin Araya Alarcón
Seudónimo: Javier Amenábar
Año: 2019 – Mención Honrosa

De vez en cuando el conductor del taxi me miraba por el espejo retrovisor como si esperara el momento oportuno para entablar conversación. Yo, en cambio, había tenido una tarde larga en la oficina y mi única aspiración era atravesar la ciudad en silencio. Para colmo de males el tráfico estaba insoportable. Al final, aprovechando los comentarios deportivos en la radio –hablaban de algún gran premio de Fórmula 1 que me tenía sin cuidado–, el conductor me dijo de golpe:

          –Usted no va a creerme, pero yo conocí a Ayrton Senna, el piloto de carreras–dijo y le bajo el volumen a la radio. Eso me hizo temer que la conversación sería larga.

          –¿Ayrton Senna?

          –Sí, el mismo. Bueno, al principio yo no sabía que era él. Fue en Río de Janeiro. Yo había ido de vacaciones, aprovechando una invitación de unos familiares. En 1992. Yo era harto más joven y recién estaba manejando taxi. Lo conocí en la playa. En Ipanema. Era tarde. O sea, estaba atardeciendo, ¿Ha visto el atardecer el Ipanema? Viéndolo, uno cree que Dios existe. En fin, había unos tipos jugando a la pelota en la orilla de la playa. Y yo me acerqué a mirar. Era un espectáculo verlos jugar. Jugaban mejor que cualquiera de esos que uno ve en la tele. Messi y Ronaldo: alpargatas al lado de esos cabros de la playa. Entonces, de repente alguien apareció junto a mí. Estaba con traje de baño, sandalias y una sudadera. No alcanzaba a ver su rostro porque tenía la capucha encima. Estuvimos un rato mirando el partido y de repente me dijo algo en portugués que no entendí. Me preguntó si hablaba español y le dije que sí, que era de Chile. Primero hablamos tonteras, cómo le dijera yo…trivialidades…hasta que me preguntó en qué trabajaba y yo le dije que manejaba. Ere ese mi trabajo: chófer. Imagínese: yo, diciéndole a Ayrton Senna, que entonces era tricampeón de Fórmula 1, que yo manejaba. Él me dijo que también manejaba. Claro, no me dijo que era lo que manejaba. Yo manejaba un lada en esa época, y él manejaba qué se yo…un McLaren…un Williams…en ningún momento me dijo eso…que era piloto de carrera…que era campeón de Fórmula 1. Yo le conté que manejaba taxi y él me habló en todo momento como si manejar un Ferrari y un lada fueron lo mismo…como si entre un auto de Fórmula 1 y un taxi no hubiese ninguna diferencia.

–¿Cuándo fue eso? – Pregunté más bien para forzarlo a concentrarse en la ruta, pues el sujeto quitaba la vista y se quedaba mirándome por el retrovisor. Como sea, no hacía mucha falta porque los automóviles avanzaban lentamente.

          –En 1992. Dos años antes de que muriera– aclaró el taxista y luego continuó: –El asunto, como le digo, es que el mismísimo Ayrton Senna, en traje de baño y sudadera y en Ipanema, me estaba hablando de autos. A mí, que manejaba un lada. Fue como si yo estuviera hablando con un taxista brasileño, uno cualquiera, ¿me entiende? A esa altura, mis familiares me estaban haciendo señas para que nos fuéramos, pero yo quería hablar con mi colega, saber como era la pega allá en Río. Me habían entrado ganas de quedarme allá. Ayrton Senna me preguntó si me gustaba manejar. Claro, le dije. Él me dijo que también le gustaba. Me preguntó que sentía cuando manejaba y ese fue el primer momento extraño porque yo no sentía en realidad nada especial. A mí me gustaba hacerle el quite a las micros y reunir la mayor cantidad de monedas, nomás. Así es que no le dije nada, o dije una tontera y nos reímos. Entonces, él suspiró o eso creo recordar ahora y comenzó a hablar. Me dijo que, para él conducir, sobre todo cuando lo hacía a gran velocidad, era como si la vida quedara en suspenso. Me dijo que era como no tener cuerpo. Como olvidarse del cuerpo. Como si solo tuviese alma, como si el alma encontrara el hábitat en que realmente se sentía cómodo. Me dijo algo que nunca voy a olvidar, dijo, cuando estás más cerca de morir es cuando más cerca estás de sentirte realmente vivo. Me preguntó si yo sentía algo parecido y yo le dije una tontera de la que me arrepiento hasta el día de hoy…le dije que nunca había sentido eso porque en Chile los carabineros no te dejaban andar a exceso de velocidad…pero él era macanudo, no me dijo nada, ni se río ni nada y en lugar de eso siguió hablando o tal vez se quedó mirando en silencio la orilla de la playa…para entonces ya casi se había ocultado el sol…entonces fue que me dijo lo que con el tiempo ha resultado lo más inquietante…me dijo que una vez que se prueba la velocidad ya no puede renunciarse a ella…pretenderlo es una insensatez…esa fue la palabra que usó. En realidad, escucharlo hablar debió servir para que yo entendiera que no estaba hablando con un taxista cualquiera. Pero soy ignorante. Soy esto que ve, nomás. El asunto es que Ayrton Senna me dijo que a la velocidad ya no podía renunciarse…que él no podría renunciar nunca a eso qué hacía. Mientras me hablaba yo encontraba torpes argumentos para sentir que mi decisión de no seguir estudiando, y ponerme a trabajar en la locomoción colectiva, era la correcta. Entonces me dijo aquello de lo que realmente no he podido olvidarme hasta hoy. Me dijo que, llegado el momento, se las arreglaría para morir haciendo lo que más amaba. ¿Manejar?, le pregunté. Claro, me dijo, y solo entonces, por un segundo levantó la cabeza y giró hacia mí y sonrió. Pero ya estaba demasiado oscuro para que yo pudiera reconocerlo. Me dijo que no sería capaz de renunciar a la velocidad, que se las arreglaría para morir sobre el asfalto. Algo así como un suicidio, le pregunté. Pero Senna no dijo nada.

De repente, sin saber cuenta, noté que el taxi estaba cerca ya de mi destino. De algún modo extraño, y aunque no sabía si debía dar crédito a la historia del taxi, comencé a lamentar tener que bajarme:

–¿Y usted, en ningún momento supo con quién estuvo hablando?

–No. Nos despedimos nomás y entonces yo le di la espalda y me alejé treinta o cuarenta pasos y entonces otra persona me detuvo y me preguntó si yo sabía con quién había estado hablando. Yo me encogí de hombros. Con Ayrton Senna, me dijo. Me demoré dos o tres segundos en caer cuenta y volteé, quise correr, pero Senna ya estaba lejos. Había estado hablando con el mismísimo Ayrton Senna y no tuve ni idea. Ni un autógrafo le pedí. Volví a la playa al día siguiente y todos los demás hasta que vine. Me quedaba hasta tarde a ver si lo encontraba de nuevo, pero no sucedió. Y después, bueno, después ya me tuve que venir a Chile. A manejar mi lada, nomás. Como sea, desde entonces me hice fanático de la Fórmula 1. Me veía todos los Gran Premio. Los daban los domingos en la noche en TVN, después del zoom deportivo. Sentía una extraña conexión con Ayrton Senna. Me compraba revistas y me volví experto en automovilismo. Pregúnteme lo que sea. Ese año, 1992 fue un año para el olvido. Apenas ganó tres carreras: Mónica, Hungría, Italia. 1993 no fue muy distinto. Volvió a correr para McLaren. Ganó en Brasil y el Gran Premio de Europa. Y después, en 1994 se cambió a Williams-Renault…y bueno, después murió ¿Usted sabe cómo murió? –No me dio tiempo a contestar: –Murió en el Autódromo Enzo e Dino Ferrari, en el Gran Premio de San Marino de 1994…manejando…se estrelló contra unas barreras en una curva inofensiva. ¿No le parece extraño usted que el piloto mas rápido de todos los tiempos, uno de los más talentosos, se estrellase en una curva cualquiera? ¿Usted conoce los autos de Fórmula 1? –Tampoco me dio tiempo a contestar: –Como sea. Una varilla de suspensión del auto atravesó la visera de su casco…si esa varilla hubiese pasado dos centímetros más arriba Senna estuviera vivo…o quién sabe. Tal vez hablaba en serio. Tal vez no podía renunciar a la velocidad y tarde o temprano se las arreglaría para no tener que renunciar. En Brasil hubo tres días de luto…hubo un tremendo funeral…como un millón de personas fueron a despedirlo…yo tuve que verlo por la tele, nomás. Me hubiera gustado ir al funeral. Pero bueno, este trabajo no siempre te permite viajar. Manejar este taxi no es igual que manejar un Ferrari, ¿o sí? Desde entonces ya no veo Fórmula 1. Nadie se compara a Ayrton Senna.

Luego hubo un momento de silencio que coincidió con un semáforo que se iluminó de rojo.

–A veces creo que yo voy a morir igual, ¿sabe? Acá en el auto. Que voy a subir la velocidad y que me voy a estrellar quién sabe contra quién o qué.

No pude evitar sentir un escalofrío cuando el semáforo cambió a verde y el taxista apretó el acelerador a fondo.