El camino del adiós

Autora: Kary Stephanie Medina Carmona
Seudónimo:
Phanie

Yo vivía en un pueblo pequeño, de verdes árboles y grandes maravillas ocultas. Era tan pequeño que ni siquiera en un mapa de la región se podría encontrar, sin embargo ahí estaba este lugar que como cualquier pueblo quedaba a las afuera de una gran ciudad que era el centro de actividades de la gran parte de los pobladores de mi pueblo y los cercanos. Para todo esto se tenía como método de transporte grandes y pequeños buses interurbanos que era el medio de conexión para quienes no tenían posibilidad de otro medio de transporte. Ahí se podía ver de todo, gallinas cacareando, perros pequeños, y una que otra pelea de pareja que la mayoría de los pasajeros fingía no escuchar.

Para poder llegar a tener un buen puntaje para la PSU, como todo buen estudiante de mi pueblo, tenía que viajar los fines de semana a la ciudad, y para esto tomaba los buses que servían para llegar a mi destino: uno de los preuniversitarios de ésta.

Entre esos viajes me encontré con todo lo que se- ría posible. Un bus tan destartalado que hasta los asientos se estaban saliendo de su lugar, otro que tenía unas luces tan fosforescentes que parecía party bus y aquellos que eran tan pequeños que eran una lata de sardinas con ruedas si le podría decir así. Fueron tantas cosas que pasa- ron en esos largos viajes que creo no terminar nunca de contarlas: Me quedé dormida y choqué la cabeza contra el asiento, fui parte de una improvisación de freestyle, incluso más de una vez lloré entre esos asientos pero creo que la que más recordaré fue el día en que me despedí de él.

En ese entonces, mis idas al preuniversitario habían estado disminuyendo, y con mis compañeros poco a poco nos íbamos despidiendo de una etapa más en nuestra vida, sin embargo el año se denegaba a irse hasta que por fin nos pudiéramos decir adiós. No hablo sobre mis compañeros sino que de “EL”, y creo que mejor escena- rio no podría haber sido.

Ese día había ido al preuniversitario sola, mi típica acompañante estaba enferma y yo quería pasar a comprar los zapatos para una gala. Creo que más iba por los zapa- tos que para saber más sobre la independencia de Chile. Ese día, la mañana había sido normal y me encontraba en el paradero de la plaza central del pueblo esperando la locomoción. No pasó mucho cuando lo vi acercarse, era de color naranja y el logo relucía en el lado derecho del bus, era de parte de la flota de buses pequeños. Este paro y como me era costumbre, saludé al chofer con una sonrisa tranquila y me dirigí a los asientos traseros, me puse los audífonos y con la música me resigne a otro día más.

Poco a poco el bus comenzó a retomar su recorrido, con las paradas posteriores, la gente fue llenando los asientos delanteros y solamente mi mochila era el impedimento para que alguien se sentara al lado mío. Pasa- ron los minutos y yo ya estaba cabeceando en la ventana, porque el motor del bus andando y tu cabeza reclinada en la ventana da una sensación de tranquilidad absoluta a mi parecer. Antes de salir del pueblo el bus paró una última vez. La gente comenzó a subir, yo miraba atenta cada cara que pronto olvidaría pero que en ese momento serian mis compañeros de viaje. Fue entonces que noté un cabello rubio entre la multitud, pronto mientras la gente se fue sentando su rostro llegó a mis pupilas y pude confirmar que sí, era él. Mentiría si dijera que no estaba rezando a Dios para que no se sentara al lado mío, lo que menos quería era tenerlo a mi lado. Este año no había sino nuestro año.

Con él, todo era felicidad hasta que en cierto punto nuestros ideales cambiaron, él quería ser el centro de atención y tener a alguien que lo adulara, y yo solamente quería seguir siendo la que ayuda por las sombras. Fue entonces cuando sin ninguna palabra hicimos la maleta mental y nos alejamos sin mirar para atrás. Volvería a mentir si digo que no pensaba en aquello y que me daba igual. Pero no. Lo seguía mirando en cada clase y me daba cuenta que nunca lo podría sacar de mi mente.

Me hice la desinteresada, viendo como poco a poco la civilización se alejaba por la ventana polarizada del pequeño bus, rogando e implorando que de pronto el bus parara de golpe o una abuelita se cayera y yo así pudiera esconderme, como una tortuga en su caparazón.

Lamentablemente, nada pasó y noté que solamente que- daba el asiento a mi lado vacío y él venía hacia mí. Mentalmente maldije todo lo que pude, pero saqué mi mochila y traté de concentrarme en aquel camino tantas veces recorrido. Lo sentí sentarse, e incluso vi por el rabillo del ojo como él me reconocía y se tensaba. Yo solo miré por la ventana; en momentos cuando me aburría miraba en el frente el protector de asiento con el logo de la empresa. Así pasó un buen tiempo, donde el trataba de hablar pero no sabía cómo llamar mi atención. Tonto mencioné mentalmente, él siempre tenía mi atención.

Fue en ese instante que el bus tomó una curva demasiado cerrada que nos tomó por sorpresa. Terminé en- cima de él, nos quedamos mirando fijamente, el tomó mis audífonos y silenciosamente me dijo: “hola”. Yo solo me acomode en mi asiento y apoyé mi cabeza en la venta- na. El bus ronroneaba de tal manera que me daban ganas de dormir, mientras que él me seguía mirando esperando una respuesta que no llegaría, yo preferí ignorar lo anterior, no era por mala pero no estaba de humor para tener que aguantarme su ego.

Fue entonces que su boca soltó algo tan impactante e inesperado, que provocó que terminara chocando contra el asiento delantero, gracias a una frenada brusca del bus.

―Perdón. Una palabra, una palabra, una maldita palabra que no me esperaba y que ahora tenía marcada en mi frente gracias al golpe. El rubio al lado mío solo observaba, no sé si esperaba mi respuesta o quería ver si no había terminado con una contusión, sin embargo de mi boca salió un ―¿por qué? Sus ojos azules que tanto llamaban mi atención se oscurecían con tristeza al notar el sonido frío de mi voz. ―Para poder marchar tranquilo ―mencionó con pesar. Él solo suspiró y noté como fijaba la vista en la parte delantera del bus; pronto llegaríamos a la ciudad.

Creo a mi parecer que entrar en detalle de lo que pasó el resto del camino sería alargar algo que había ter- minado antes de empezar. Solo diré que por primera vez en los años de conocernos nos abrazamos sinceramente, y una que otra lagrima calló por los ojos de ambos. Solamente el sonido de la gente hablando, la carretera y sus paisajes pasando, el permanente sonido del bus acelerando y disminuyendo fueron el escenario perfecto metafóricamente hablando. Las carreras imaginarias con los autos del lado del bus que mi cabeza se creaba mientras hablábamos sirvieron como distracción para no tener que pensar en ese momento que llegaba el final.

Ese día nos despedimos de nosotros y de esa pequeña historia que nos marcaría a ambos. Cuando bajé de aquel bus en el terminal de la ciudad, sentí que salía sin una parte importante de mi corazón, pero también me sentí libre de seguir adelante. Porque en ese bus de 48 asientos, de color naranja y tan pequeño como lata de sardinas, el rubio de ojos azules que yo había amado durante toda mi educación media había salido de mi vida de una forma permanente, por el bien mío, el suyo y por el bien del recuerdo que ambos tendríamos durante nuestra vida. En aquel terminal con el sonido de los buses como música de fondo, lo vi alejarse, con su mochila llena de sueños y yo tomé la mía. Cada uno siguiendo su destino.